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La llamada de las tinieblas [Vargas Llosa]

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El liberalismo no es una antorcha para pasar de pensador a pensador, sino para iluminar los rincones más tenebrosos de cada sociedad.

El liberalismo es demasiado serio como para dejarlo en manos de los liberales. De quienes se autoproclaman liberales por reproducir las ideas de Adam Smith, Friedrich Hayek, o Isaiah Berlin. Aunque sea de forma tan elegante como Vargas Llosa en La llamada de la tribu.

El verdadero liberalismo no se hereda. A diferencia de su némesis, el populismo ideológico que cree en verdades inalterables, la naturaleza del liberalismo es cambiante. Se adapta a la realidad para defender su principio básico: que todos disfrutemos de la máxima libertad.

Esa igualdad de oportunidades para ser libres requiere acciones distintas en cada momento y cada política. Por ejemplo, en el siglo XIX, con unos pocos años de educación pública universal bastaba. Hoy, urge una gran inversión en formación de capital humano para garantizar que niños y niñas, de todos los extractos socioeconómicos, desarrollen en plenitud sus talentos.

Un Estado liberal debería también responsabilizarse del cuidado de mayores, dependientes e infantes. Porque, si recae en “las familias”, acaba sobre los hombros de las mujeres, sobre todo de aquellas que no pueden pagarse una asistencia privada. Eso no es liberal, sino socavar la libertad de los más débiles. Por ello, los Smith, los Hayek o los Berlin del siglo XXI reclamarían unas políticas sociales tan amplias como las de los países del centro y norte de Europa —que, por ello y no a pesar de, encabezan las listas mundiales de economías libres—.

Vargas Llosa conoce bien el principio de mutación permanente del liberalismo. Pero, cuando llega la hora de las propuestas concretas, repite el viejo mantra liberal de que lo mejor es un “Estado chico”. Cae pues en el mismo pecado populista que denuncia: anteponer el prejuicio ideológico a la evidencia empírica.

Alabemos a Vargas Llosa por acercar las voces liberales clásicas al mundo hispanoparlante, donde han sido largamente ignoradas por la izquierda y la derecha. Pero el liberalismo no es una antorcha que se pasa de pensador a pensador, sino que busca iluminar los rincones más tenebrosos de cada sociedad. Un liberal debe escuchar la llamada de las tinieblas.

Fuente: El PAIS