La ministra de Asuntos Exteriores de Canadá gana popularidad combatiendo el proteccionismo.
No hay miembro del equipo de Justin Trudeau con mayor popularidad que la ministra de asuntos exteriores Chrystia Freeland. Su encendida defensa de los intereses de Canadá en un contexto de tensiones diplomáticas y comerciales con Estados Unidos le ha granjeado muchos apoyos. Ha presentando a Canadá como un aliado natural y necesario del liberalismo en respuesta a los vientos proteccionistas que soplan al sur de sus fronteras. Algunos analistas citan ya su nombre como probable primera ministra en el futuro.
No ha existido en la historia canadiense un periodo de mayor tensión con Washington. En este atípico escenario, el papel de la experiodista Freeland ha consistido en mostrarse firme frente a los embates estadounidenses con una mano mientras la otra se preocupa de que los canales de diálogo sigan abiertos en las renegociaciones del Tratado de Libre Comercio (TLC) con Estados Unidos y México. Para Freeland, liberal hasta el tuétano, estas son batallas de un combate más extenso.
Hace unas semanas, recibió el premio al Diplomático del año de la revista Foreign Policy. En su discurso de aceptación, no dudó en denunciar el argumento de la seguridad nacional empleado por Trump para imponer gravámenes al acero y al aluminio de Canadá. También mostró su visión actual del mundo: “El creciente debilitamiento del orden internacional basado en reglas y el resurgimiento del autoritarismo amenazan la democracia liberal”. Para ella, los mecanismos de cooperación, los acuerdos comerciales y las libertades democráticas están en peligro por el populismo que aparece cuando las clases medias y bajas se sienten abandonadas. En vez de destruir este sistema, Freeland aboga por defenderlo y trabajar para hacerlo más justo.
Christina Alexandra Freeland (Peace River, Alberta, 1968) se convirtió en diputada federal en noviembre de 2013. Su candidatura fue una apuesta personal del primer ministro Justin Trudeau. Tras la invitación del líder liberal, Freeland reflexionó varias semanas, ya que no quería descuidar su vida familiar (tiene tres hijos y está casada con Graham Bowley, periodista de The New York Times). Finalmente, aceptó el reto, hizo campaña y ganó en las urnas. Consiguió la reelección en octubre de 2015. Fue nombrada ministra de Comercio Internacional y en marzo de 2017 pasó al Ministerio de Asuntos Exteriores. Ha tenido una carrera política meteórica. Trudeau confía ciegamente en sus experiencias laborales, perspectivas ideológicas y rasgos de carácter.
Tras pasar por las aulas de Harvard y Oxford, Freeland trabajó como periodista en medios como Financial Times, The Globe and Mail y la agencia Reuters desde Kiev, Moscú, Londres, Toronto y Nueva York. En 2012, publicó Plutocrats, donde expone cómo las grandes fortunas amasadas en los últimos lustros amenazan el edificio social. El libro llamó la atención de Trudeau, quien propició el encuentro con su autora.
Como ministra de Comercio Internacional, ayudó a concluir el Acuerdo de Libre Comercio con la Unión Europea, uno de los elementos que jugó en su favor para remplazar a Stéphane Dion en el Ministerio de Asuntos Exteriores. Dion, académico reconocido y político de larga trayectoria, había criticado a Trump durante la campaña y no parecía la persona más adecuada para tratar con los estadounidenses.
Freeland habla inglés, francés, ruso y ucranio; pero también el idioma de los millonarios. “Tiene la reputación de ser cordial sin ceder. Cuando era periodista, desarrolló relaciones con la élite económica mundial. Formulaba preguntas duras sin descuidar el trato personal. Conoce muy bien el punto de vista de esa élite y goza de su reconocimiento”, señala Frédéric Mérand, profesor de relaciones internacionales en la Universidad de Montreal. La izquierda canadiense no oculta la incomodidad que le produce su sólida amistad con millonarios como George Soros y Prem Watsa.
La ministra utiliza la bicicleta como medio de transporte y corre en pruebas atléticas de fondo. Es hiperactiva, sociable y jovial. Pero hay un tema en el que muestra rigidez absoluta. En el libro Un selfie avec Justin Trudeau, Jocelyn Coulon, un periodista que fungió como consejero de Stéphane Dion, cuenta que este último y Trudeau tenían una fría relación personal, además de discrepar en asuntos puntuales. Uno de ellos era Rusia. Canadá impuso sanciones comerciales y prohibió la entrada al país a ciertos ciudadanos rusos a raíz de la invasión de Crimea. Rusia respondió con el veto a algunos canadienses. Chrystia Freeland aparecía en la lista. Fue muy crítica con Moscú como periodista y defendió las sanciones como diputada. Coulon recuerda en su libro el ambiente en 2016: “Freeland gasta una energía considerable en profundizar las relaciones con Ucrania y en bloquear todas las iniciativas de su colega (Dion) a favor de una mejor relación con Rusia”.
Los abuelos maternos de Freeland eran originarios de Ucrania. Su madre, Halyna Chomiak, nació en un campo de refugiados alemán, se graduó como abogada en Canadá y se convirtió en una reconocida activista de la comunidad ucrania en el país. Freeland la cita como una de las mayores inspiraciones en su vida. En el álbum familiar, una figura ha provocado la polémica: Mykhailo Chomiak, el abuelo, ha sido acusado de dirigir un periódico antisemita en territorio polaco durante la ocupación nazi. La nieta no ha confirmado ni negado esta información; se ha limitado a subrayar que se trata de una campaña de desinformación de los medios rusos para desprestigiarla.
Sus principales desafíos se ubican ahora en Norteamérica. No es un asunto liviano que el 72% de las exportaciones canadienses tengan a Estados Unidos como destino. Freeland tiende la mano, pero no a cualquier precio. “Canadá tendría que hacer concesiones muy grandes de acuerdo a lo que exigen los estadounidenses”, afirma Frédéric Mérand. “Nadie espera que una sola persona pueda convencer a Trump, un presidente impredecible. Freeland gana políticamente al defender los intereses de Canadá”.
Fuente: El Pais