Es indignante ver que todavía los hombres perciben una remuneración mayor que la de las mujeres en igualdad de condiciones.
Diferentes estudios (Di Pascale y Atucha, 2003; Fuentes, Palma y Montero, 2005; Atal, Ñopo y Winder, 2009; Perticará y Astudillo, 2010; etc.) encuentran que gran parte de la brecha en las remuneraciones entre hombres y mujeres no se explica por factores que determinan la productividad, como por ejemplo el número de horas trabajadas o los años de educación formal. En Chile, según la Nueva Encuesta Suplementaria de Ingresos (NESI), las mujeres perciben un ingreso medio mensual 32% menor que el de los hombres sin considerar ningún factor. Ahora bien, se podría objetar que esta diferencia no se debe únicamente a una discriminación de género, sino que existen otros factores que también inciden, a saber, el número de horas trabajadas, el nivel de estudios alcanzado, el grado de responsabilidad del cargo, el sector productivo, etc. Efectivamente, si se controla por los factores observables que influyen en la producción, se advierte que en igualdad de condiciones entre trabajadores asalariados, las mujeres reciben una remuneración 10% menor que la de los hombres (INE, 2015).
¿Significa entonces que la discriminación de género explica sólo un tercio de las diferencias salariales entre hombres y mujeres? Por ningún motivo. La discriminación más obvia y por ende la más fácil de combatir es aquella que explica el 10% menos en los ingresos de las mujeres, pero el 22% restante también, en parte, responde a discriminaciones, aun cuando estas sean más sutiles y, por ello, más difíciles de modificar. ¿Qué factores explican el 22% restante de la brecha salarial bruta entre hombres y mujeres que trabajan?
En primer lugar, se observa una diferencia importante entre mujeres y hombres respecto de su categoría laboral. Mientras casi el 11% de las mujeres ocupadas se desempeña en el área de servicio doméstico, sólo 0,3% de los hombres trabaja en esta categoría. Asimismo, cerca del 6% de los hombres se encuentra en la categoría de empleador, mientras que en las mujeres ese porcentaje no alcanza el 3%. Si miramos con mayor detención la distribución de hombres y mujeres por grupo de ocupación, notamos que las mujeres se desempeñan en los grupos de ocupación que tienen una menor remuneración. Cerca del 27% de las mujeres ocupadas son trabajadoras no calificadas y sólo el 1,5% es miembro del Poder Ejecutivo, frente a un 19,5% y 3,4% en el caso de los hombres, respectivamente.
Nada de esto nos debe sorprender. La Prueba de Selección Universitaria, que determina el acceso a las carreras y universidades más selectivas del país, tiene sesgo de género. El informe Pearson (2013) reveló las falencias técnicas de esta prueba, entre ellas el sesgo que perjudica a las mujeres. Hasta el día de hoy, la Universidad de Chile, institución encargada de la prueba, no ha realizado las mejoras necesarias para terminar con esta injusticia, que parece no importarle a nadie. Los datos de postulación y admisión a las universidades adscritas al Sistema Único de Admisión (SUA) reflejan un fenómeno curioso. El año 2016, más mujeres que hombre rindieron la PSU, a saber, 13% más y un 19% más de mujeres que hombre postuló a una de las universidades adscritas al SUA. Sin embargo, más hombres se matricularon en estas universidades. Si se observa las preferencias en las áreas del conocimiento, también notamos grandes diferencias, que parecen naturales pero no necesariamente lo son. Las mujeres suelen optar por las áreas de educación y humanidades, cuyas carreras son peor remuneradas que el resto, mientras que el área científica e ingenieril, cuyas carreras suelen estar dentro de las mejores pagadas, matricula considerablemente más hombres que mujeres.
Esta diferencia en las preferencias no necesariamente es algo natural. Los resultados en la prueba internacional TIMSS (2011) muestran que, en promedio, los niños chilenos, tanto de cuarto como octavo básico, obtienen significativamente mayores puntajes que las niñas en las áreas de aprendizaje de matemática y ciencias, fenómeno que no se observa en el resto de los países. En el promedio de todos los países que rindieron esta prueba en cuarto básico no se observa una brecha de género y en octavo básico si hay una brecha significativamente fuerte, pero en favor de las mujeres.
Un factor que influye en el aprendizaje de los estudiantes son las expectativas de los profesores y padres. La prueba internacional TERCE revela que el 12% de los padres y el 24% de los profesores creen que los niños tienen más facilidades para aprender matemática que las niñas. Es esta realidad la que debemos cambiar, si queremos igualar las oportunidades de mujeres y hombres.
Fuente: www.elmostrador.cl/braga/2017/03/08/discriminacion-de-genero-una-cuestion-de-expectativas/
Sylvia Eyzaguirre T.
Investigadora CEP, Área de investigación: Educación, con énfasis en institucionalidad y formación docente; fenomenología y hermenéutica.