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El avance de la UE, frente al desafío de la revuelta social en Francia

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El liderazgo del mandatario francés en la estrategia para refundar el club comunitario ha quedado erosionado por la gestión de la crisis de los ‘chalecos amarillos’.

Oportunidad perdida. La cumbre europea del viernes dio un impulso al presupuesto de la zona euro, una de las propuestas más ambiciosas lanzadas por el presidente francés, Emmanuel Macron, en su estrategia para refundar la Unión Europea. Pero las dudas de Alemania y las reticencias de varios países, con Holanda a la cabeza, han hecho que el proyecto arranque con serias limitaciones y con una gran incertidumbre sobre el calendario de su puesta en marcha. La misma amenaza se cierne sobre el resto de reformas de la Unión Europea (en migración, defensa o fiscalidad), atascadas o retrasadas por las discrepancias entre los socios. La Unión Europea ha dejado escapar en 2018 una ocasión de oro para fortalecer el club y llegar a las elecciones al Parlamento Europeo del año que viene con mayor resistencia a prueba de amenazas interiores (euroescepticismo, xenofobia…) y exteriores (Putin, Trump…).

Este año era clave en la refundación de Europa que proponía Macron, porque Alemania y Francia contaban con Gobiernos al inicio de su andadura, no había ninguna gran cita electoral (aparte de la imprevista de Italia) y la buena situación económica permitía reforzar el club. El horizonte parecía propicio con vistas a las elecciones al Parlamento Europeo en mayo de 2019.

Pero 2018 termina con una canciller en retirada, un presidente francés acorralado y las principales reformas empantanadas y en riesgo de colapsar tras los comicios europeos. El tren euroentusiasta de Macron ha pasado de largo. Y en Bruselas cunde la sensación de que puede tardar meses o años en volver.

Macron aspiraba nada menos que a «la refundación de una Europa soberana, unida y democrática», según proclamó en un discurso en la Universidad de la Sorbona en París. El plan incluía, entre otras cosas, una Europa de la defensa para tener autonomía de EE UU, una Europa de la seguridad para atajar el terrorismo internacional y blindar las fronteras contra la inmigración ilegal, una zona euro con presupuesto y Parlamento propio.

Son grandes ambiciones. Pero el saldo a cinco meses de las elecciones de mayo es un frente europeísta en desbandada y con su líder francés pendiente de una retaguardia donde le ha estallado la revuelta de los chalecos amarillos. Los rivales del Macron europeísta, por el contrario, ganan terreno, desde los eurorreticentes bajo la bandera de la llamada Liga Hanseática (Holanda, Suecia, Dinamarca, Finlandia, Irlanda, Estonia, Letonia y Lituania) hasta los eurófobos del italiano Matteo Salvini y la francesa Marine Le Pen.

Trato roto
Tras ganar las elecciones presidenciales en 2017, Macron ofreció un trato más o menos tácito a Alemania. París cumpliría las normas europeas de déficit e impondría a Francia las reformas estructurales aplazadas durante años. A cambio, Alemania ayudaría a Macron en su proyecto para reforzar la integración de Europa. Pero el trato se ha hecho añicos.

Las grandes reformas del discurso de La Sorbona suenan ya más a quimera que a proyecto realizable en los próximos meses. En el frente económico, «la prueba de fuego llegará con la próxima crisis», avisa Lucas Guttenberg, vicedirector del instituto Jacques Delors de Berlín. «Está claro que la zona euro no está bien preparada y que tendremos que construir de nuevo una solución ad hoc. Hemos perdido la oportunidad de hacerlo bien», remata Guttenberg.

En política de defensa se ha avanzado más, pero porque el punto de partida era infinitamente menor que en el área económica. Y la política migratoria también ha embarrancado, por la resistencia de los países del Este a las cuotas de reparto de refugiados y por la de los países del sur, incluida España, a ceder competencias de vigilancia a una futura guardia europea de fronteras.»En este tema [del control de la fronteras], ya empiezo a perder la paciencia», reconoció el presidente de la Comisión Europea, Jean-Claude Juncker, el pasado viernes tras la última cumbre europea en Bruselas.

La oportunidad perdida en 2018 es de tal magnitud que ya se ha desencadenado la búsqueda de responsables. La Comisión Europea se lava las manos porque ha presentado los proyectos legislativos reclamados en todas las áreas (economía, migración, defensa…).

Con Bruselas fuera del escenario, las miradas se vuelven hacia Berlín y París, donde empieza una lluvia de reproches cruzados que irá previsiblemente a más a medida que se acerquen las elecciones de mayo, en las que los partidos del Gobierno de Merkel (conservadores de la CDU/CSU y socialdemócratas del SPD) serán rivales de los liberales de Macron.

La exasperación es evidente en ambas partes. En París, sobre todo en el Departamento del ministro de Finanzas, Bruno Le Maire, la impaciencia es evidente. En el año y medio pasado desde que Macron es presidente, Merkel ha sido reticente a sumarse a las propuestas de Francia. La debilidad de los dos grandes partidos en Alemania (la CDU y SPD) y el escaso apetito de invertir capital político en proyectos europeos ha hecho que Berlín arrastre los pies a la hora de ofrecer respuesta a los ambiciosos planes franceses.

En Berlín, la reacción de Macron ante la revuelta de los chalecos amarillos, que le ha llevado a cuestionar algunas de las reformas prometidas y anunciar un gasto público que disparará el déficit público por encima del límite europeo del 3%, ofrece ahora la excusa ideal o la coartada para quienes no quieren embarcarse en aventuras de mayor integración europea.

El Gobierno alemán ni siquiera tiene ya que molestarse en decir nein como en la época de Sarkozy o Hollande. Holanda y su Liga Hanseática han asumido gustosos la tarea de frenar o bloquear los proyectos que molesten en Alemania, sobre todo al ala dura de la CDU y de sus correligionarios bávaros de la CSU.

Los euroentusiastas creen que Merkel echará el resto a favor de la UE una vez que ha anunciado su retirada de la política en 2022. «Pero su poder para aprobar reformas en el Bundestag [Parlamento alemán] no ha aumentado», advierte Guttenberg. Más bien ha mermado porque ha perdido el control del grupo parlamentario de la CDU, dominado por los partidarios de rechazar las propuestas de Macron. «[La canciller] no puede ignorar nuestra posición», advierte una fuente de ese grupo, en alusión a la necesidad de que el Bundestag apruebe las grandes reformas financieras que Merkel pueda pactar a nivel europeo.

El margen de maniobra del presidente francés también se ha reducido, acusado de arrogancia dentro y fuera de sus fronteras. Su discurso «de primero de la clase», como le define su amigo y aliado, el Verde Daniel Cohn-Bendit, ha levantado numerosas suspicacias. «Macron ha sido demasiado impetuoso», critica una fuente comunitaria en Bruselas. «Su actitud se ha percibido en algunas capitales como excesivamente agresiva y a veces ha sido contraproducente, porque ha puesto a varios Gobiernos a la defensiva», añade esa fuente. En varias capitales, desde Berlín a La Haya, se acusa a Macron, además, de haberse envuelto en la bandera azul de la UE para que no se note que Francia sigue defendiendo en Bruselas las mismas tesis que siempre sobre política económica, exterior y social. «El objetivo es el mismo: llevar a Alemania y a Europa hacia el modelo francés… pero ahora lo llaman europeo», ironiza un diplomático comunitario.

 

BERLÍN AGOTÓ EL TIEMPO SIN REMATAR LA CONTRAOFERTA A PARÍS

El presidente francés, Emmanuel Macron, lanzó sus propuestas para reformar Europa y esperó pacientemente a que la canciller alemana, Angela Merkel celebrase sus elecciones en septiembre de 2017 para recibir respuesta. Pero Alemania ha experimentado en el último año y medio convulsiones políticas para esas latitudes. Y la inestabilidad en Berlín ha mutado en forma de parálisis para el resto de la UE. La mayor contraoferta de Merkel llegó en junio de 2018, con una declaración franco-alemana en Meseberg en la que la canciller admitió por primera vez la creación de un presupuesto de la zona euro y la fijación de un calendario para completar la Unión Bancaria. Justo entonces, estalló la disputa de Merkel con su ministro y líder de los bávaros, Horst Seehofer, a cuenta de la política migratoria. Merkel contuvo la rebelión. Pero en septiembre perdió el control del grupo parlamentario, que pasó a manos del eurorreticente Ralph Brinkhaus. Poco después, la canciller anunciaba que no se presentará a la reelección después de esta legislatura. Merkel se convertía en pasado. Casi tanto como el plan euroentusiasta de Macron.

 

Fuente: El Pais