A un año de protagonizar una de las peores derrotas electorales de la centroizquierda, el excandidato presidencial y senador hace un balance del gobierno y de la oposición. Asimismo, asegura que decisiones como las de no firmar el Pacto Migratorio reflejan que el Mandatario ha cedido “a las presiones de la extrema derecha”.
Tranquilo y con varias canas más que hace un año, cuando encarnaba la única opción de la entonces Nueva Mayoría para mantenerse en el poder. Así se le ve hoy al excandidato presidencial y senador por Antofagasta, Alejandro Guillier. El legislador analiza las causas de una de las peores derrotas electorales de la centroizquierda y afirma que el sector se alejó de la gente y perdió su identidad. Además, aborda el primer año de gobierno de su otrora adversario, el que advierte, ha cedido a las presiones de la “extrema derecha”.
Se cumple un año de la elección presidencial en que usted protagonizó una de las derrotas electorales más duras que ha vivido la centroizquierda. ¿Cómo ve hoy, con la distancia, ese hito?
Lo primero es que la vivencia de una elección, la ganes o pierdas, te cambia la vida. Conoces tu país en una profundidad que no era posible de otra manera y tejes redes y lealtades que quedan. Es una experiencia extraordinaria en la vida y de la derrota hay que aprender y sobreponerse. Las derrotas pasan, sobre todo si son electorales. Lo importante es, a partir de la derrota, lograr construir un triunfo político. Y en eso estamos.
Se ha visto una oposición bastante fragmentada, ¿ve eso como una consecuencia de su derrota?
La derrota fue una consecuencia de haber perdido nuestra identidad, los focos, las prioridades, pero sobre todo, el vínculo con la ciudadanía. Por eso nosotros insistimos tanto en esto del gobierno ciudadano, de volver a la gente. Y sigo convencido de eso. Todos los temas que han reventado, todas las crisis que hemos tenido, estaban bien resueltas en el programa de gobierno que elaboramos durante la campaña. Todas estaban ahí abordadas con una excelente perspectiva. Ese programa hoy día está plenamente vigente.
Pero si habían leído bien los problemas de la gente y tenían las respuestas, ¿por qué perdió?
Eso no fue culpa del programa. Yo no era un candidato, no estaba en esa línea y asumí un compromiso en circunstancias muy complejas para nuestra coalición, que estaba muy debilitada, que decidió no ir a primarias. Cada uno quiso probarse por su cuenta y la división evidentemente tiene un precio.
Entonces, ¿no se siente responsable en algún grado de la derrota?
O sea, la fragmentación venía de antes. Soy más bien una consecuencia. Los partidos buscaron a alguien independiente porque ellos no fueron capaces de resolver eso. Hay que recordar que esa derrota venía precedida de una derrota municipal. Por lo tanto, mi candidatura fue el intento de algunos sectores de la Nueva Mayoría de buscar un liderazgo distinto para que se hiciera cargo de una situación que era muy compleja.
Durante su campaña fue crítico de rol de los partidos políticos, ¿cuánto de eso cree que explica la crisis que vive hoy la izquierda?
Tengo varias reflexiones. Lo primero es que la izquierda se alejó de la gente, del hombre común. Segundo, que en la búsqueda de consensos y acuerdos nos olvidamos que la sociedad también tiene conflictos y antagonismos de los que hay que hacerse cargo. La democracia no consiste en la ausencia de antagonismos, tú tienes que representar claramente las inquietudes de una ciudadanía que no siempre está satisfecha con los consensos construidos. Eso le deja el campo libre a todos estos movimientos medios fanáticos, nacionalistas trasnochados y de otro tipo, los que van copando espacios de confrontación real de visiones distintas para enfrentar los problemas. Perdimos la capacidad para captar cuál era el equilibrio exacto en eso.
¿Y cómo se debe hacer oposición en ese contexto? Se ha visto a un sector más abierto a generar acuerdos con el gobierno mientras que otros tienen una posición más dura.
La oposición en todos los países democráticos lo que hace es fiscalizar al gobierno, manifestar las diferencias, pero también construir finalmente la solución a los problemas de la gente. Por lo tanto, cuando uno ejerce un rol fiscalizador riguroso, cuando uno marca diferencias, también está contribuyendo a la estabilidad social. Porque si la oposición dejara de expresar la diversidad, la diversidad no se siente representada en el sistema institucional y busca por fuera, lo que debilita la democracia.
¿Es partidario de un equilibrio?
La oposición tiene que tener identidad. Tiene que marcar diferencias, pero también tiene que entender, finalmente, que tiene que construir un acuerdo que es distinto a lo que pensaba la oposición en su inicio y lo que pensaba el gobierno en su inicio. O sea, tiene que haber algo nuevo que surge de ese diálogo.
¿Y en eso, cómo ha visto a la oposición actual frente al gobierno?
Después de la derrota siempre se sale golpeado, pero eso también te enseña. El éxito enseña menos que el fracaso. Pero la política es un continuo ganar y perder elecciones, lo que hay que hacer es que las derrotas o los triunfos electorales no enreden los eventuales triunfos políticos. Porque hoy nosotros perfectamente podemos transformar esa derrota electoral en un triunfo político si somos capaces de rearticularnos en torno a una propuesta consistente.
¿Y cómo se logra eso?
Más que un desafío electoral, el que tenemos es un desafío político. Tenemos que volver a la gente, entender más sus problemas, volver a vivir como la gente vive y compartir con ella en el terreno. El discurso clásico del progresismo, esto de la igualdad de oportunidades y la igualdad de derechos, hay que actualizarlo.
¿Y hace una autocrítica como parte de ese sector, por ejemplo, en dejarles espacio en los sectores más populares a la derecha?
En la década del 90, cuando se inició la transición a la democracia, era tal la desesperación por recuperar la unidad mínima entre los chilenos que se privilegiaron mucho los consensos y los acuerdos. Pero eso fue a costa de anular nuestra visión de sociedad, nuestros valores y nuestras creencias. Como oposición lo tenemos que recuperar es eso; nuestra identidad. ¿A quiénes representamos? ¿Cuál es la visión de sociedad que nosotros queremos?
Sobre eso, ¿cómo ve el manejo que ha tenido el gobierno sobre la crisis en La Araucanía?
Es que no hay coherencia. Explíqueme qué hacen los carabineros en Colombia preparándose para una guerra si acá están diciendo que la solución es política, que hay que abrirse al diálogo, que el pueblo mapuche no es violento. No hay coherencia entre esas palabras con lo que uno ve en la realidad de la política del gobierno. Acá La Moneda tiene que entender que este no es un problema de orden que se subsana con represión.
Bueno, entremos en el primer año de gobierno. ¿Cómo lo evalúa?
Como en todas las cosas no ha sido blanco y negro. Este es un gobierno que se lo comió el tema del empleo. Creyó que se iba a crecer y automáticamente eso iba a generar empleo pero eso ya está claro que no ocurrió ni va a ocurrir. Un punto a favor es que este gobierno se ha abierto en avanzar en la regionalización del país y eso va a dar resultado.
¿Cómo recibe el tono que ha tenido el Presidente con la oposición? Por un lado, ha llamado a acuerdos nacionales, pero, por otro, los ha tildado de antipatriotas, ¿a qué lo atribuye?
El efecto Bolsonaro interno. Se está notando el efecto Bolsonaro en el Presidente Piñera. Hay sectores de extrema derecha que se están radicalizando y al gobierno se le está abriendo un escenario a la espalda de él, pero en su propio sector. El problema no lo tiene con nosotros porque, finalmente, ¿en qué proyecto no hemos llegado a acuerdo?, ¿en qué área el Presidente puede decir ‘mira, esto se debatió y no hubo acuerdo’? Cada vez que nos descalificaron después se llegó a consensos razonables. Por eso, cuando él nos descalifica en realidad les está hablando a ellos.
Esa radicalización, ¿tiene un reflejo en la decisión del gobierno de no firmar el Pacto Migratorio?
Sin duda. Es una señal equívoca respecto de la política exterior de Chile. Una cosa es la migración, que se discutirá en su mérito, pero un gobierno no cambia su política exterior, que es una política de Estado, en 48 horas porque le llega un telefonazo desde Washington. Me parece inaceptable para la dignidad de Chile porque es atentatorio contra nuestra propia seguridad nacional. Esa imagen de la banderita chilena dentro de la bandera americana refleja las decisiones del Presidente sobre el Pacto Migratorio. Piñera rompió un consenso y Chile puso en duda su política hacia el mundo. El gobierno quiere transformar una política de Estado en política de gobierno. Con eso se va a debilitar porque nosotros no lo vamos a seguir en esas aguas. Hay mucha medida efectista y sin fondo en reacción a esta presión de la extrema derecha en el gobierno.
¿Por qué habla de un telefonazo?
Pero claro, ¿acaso no se dieron cuenta los chilenos cuando Piñera fue a Estados Unidos y se reunió con Trump le mostró la bandera norteamericana y una banderita chilena chiquitita y dijo que quería estar en el corazón de Estados Unidos? Muchos creyeron que era una anécdota, pero esa fue una señal política. Chile vuelve al bloque americano. Ese es el mayor error porque hasta los militares entendieron que había que diversificar nuestros vínculos.
Esta semana se comparó a Piñera con Evo Morales. ¿Lo comparte?
Absolutamente. Seamos realistas, este cambio se produjo en menos de 48 horas. El canciller no tenía idea, lo anuncia el subsecretario del Interior, qué más evidencia de que este es un tema que se quiere hacer ver como de seguridad y se quiere usar para cubrirse frente a un problema que el gobierno no ha podido resolver que es la crisis que tiene en La Araucanía.
¿Cómo evalúa las reformas que ya han sido enviadas al Congreso por el gobierno?
Las reformas de Piñera son pantallazos para la tele, pero no tienen sustancia. La reforma previsional no toca a las AFP. Por el contrario, lo único que hace es inyectarle más recursos. De hecho, quien diseñó el modelo dijo que esta no era la solución final y que en diez años más íbamos a estar nuevamente con el debate encima. Esta reforma no va a mejorar las pensiones de la gente. Acá el gobierno está saliendo del paso pero no está resolviendo el problema previsional. En materia tributaria, por otro lado, estoy disponible a discutir impuestos regionales… pero no aprobaría tal como está la reforma del gobierno. Porque no se puede reintegrar el sistema como propone el proyecto.
¿Cómo ve el futuro, senador? Usted dijo que iba a estar solo un periodo parlamentario. ¿Sigue en la misma postura?
Cuando faltan tres años con un país que está cambiando a esta velocidad, empezar a tomar definiciones ahora es extemporáneo y probablemente a la gente le debe molestar que uno se ande preocupando de candidatearse. Cuando lo que la gente quiere es que uno haga la pega, yo me he comprometido con mí mismo y mi región a avanzar en la descentralización, si hay avance sustantivo en descentralización consideraré que mi gestión senatorial sirvió, si sacamos una muy buena ley de financiamiento de las Fuerzas Armadas, por lo tanto, ahí quiero estar presente, toda la revolución en las energía renovables… Si yo puedo seguir avanzando en proyectos que tengan relevancia para el país, más allá si son populares o no, por supuesto que lo pensaré y estaré disponible.
¿Y volvería a ser candidato presidencial?
Eso fue producto de una circunstancia muy particular, no era mi objetivo, mi objetivo era ser senador, yo hacía tiempo que le venía dando vueltas, me gustaría ser senador por el norte, por Antofagasta, porque es la tierra de mis padres y ahí llegaron mis abuelos de migrantes, entonces hay compromisos de otro tipo. Pero lo de la senaduría… reconozco que me empieza a gustar la política. Los primeros dos o tres años tú estás muy desconcertado, porque la política no es como te la imaginas por fuera, pero de repente empiezas a descubrir que tú mismo desarrollaste capacidades de dialogar, de entenderse, de negociar, de convencer, de persuadir, de liderar y te va entusiasmando.