Ocurre en un episodio de The Crown, la serie que cuenta la vida y obra de la Reina Isabel de Inglaterra. Después de criticarla fuertemente, un tal Lord Altrincham es invitado al Palacio de Buckingham a exponer sus ideas sobre posibles reformas al funcionamiento de la corona. Altrincham se esfuerza en explicarle a la Reina que las cosas han cambiado en el mundo. ¿Qué cosas?, pregunta ella. Pues la era de la deferencia ha terminado, replica el invitado. ¿Qué nos queda sin deferencia? ¿Acaso la anarquía?, contraataca su majestad desconcertada. No, le contesta Altrincham, nos queda la igualdad.
Se me vino a la memoria este capítulo a propósito de los argumentos que esgrimió el Presidente Piñera y varios en la derecha respecto del confuso incidente en el aeropuerto que culminó con un chofer de Uber baleado por un carabinero. Esta columna no pretende terciar en el debate respecto de quién actuó bien y quién actuó mal. En mi humilde opinión, ambos estuvieron mal. Por una parte, el chofer de Uber se comportó como un pendejo prepotente. Por la otra, pienso que las policías deben ser extremadamente cuidadosas con el monopolio de la fuerza que las leyes le encomiendan. En ese sentido, es razonable exigir que la violencia furibunda que implica descargar una pistola sobre un ciudadano sea un recurso de última ratio. Ignoro si éste fue el caso, pero a simple vista pareciera que había cursos de acción alternativos. Mal que mal, el tipo que intentaba escaparse no estaba secuestrando a nadie ni trasladando un cargamento de uranio. Estaba realizando una actividad comercial que se encuentra en una zona legalmente gris pero no constituye un peligro para la sociedad. ¿Van a acribillar mañana a la señora que vende sopaipillas a la salida del metro porque resistiéndose al arresto les tira encima el carrito? El antropólogo Pablo Ortúzar ha llamado la atención justamente sobre esta desproporción en la represión de modos informales de trabajo.
Pero me interesa volver a los argumentos que se desplegaron para defender el proceder de carabineros. “Llegó la hora de que aprendamos a respetarlos”, señaló Piñera. “A Carabineros de Chile se le respeta y obedece. Entiéndanlo ya!”, publicó el senador Ossandón en su cuenta de Twitter. El mismo guion siguió prácticamente todo el oficialismo. Son argumentos similares a los que se ponen sobre la mesa cuando se legisla para sancionar el maltrato de palabra a Carabineros. En éstos se advierte la obsesión por el respeto a la autoridad como eje vertebral del discurso político de la derecha. Se trata, sin duda, de un guion popular. A mucha le gente le enciende la mano dura. Emulando a Sarkozy, el propio Piñera ha dicho que hay que recuperar la deferencia a la autoridad en todos los planos: de los hijos a los padres, de los alumnos a sus profesores. Por qué no, de los feligreses a los curas. Algo parecido ha sugerido Trump. Tirándole inéditas flores al tirano coreano Kim Jong Un, dijo: “no permite que nadie piense diferente. Cuando habla su gente se sienta y pone atención. Quisiera que mi gente hiciera lo mismo”. La línea entre la deferencia y la obediencia ciega es tenue.
El problema de este guión es que ya no pasa colado. Crecientes capas de la ciudadanía se rebelan ante la idea de que ciertas personas sean merecedoras de una consideración especial que otras no necesariamente gozan. Lo refrendó el sociólogo Aldo Mascareño a propósito del mismo episodio: los modelos de autoridad vertical con los que estábamos acostumbrados a vivir se están desmoronando, mientras avanzamos hacia dinámicas de relación más horizontales. Las propias instituciones que históricamente han reclamado para sí un trato deferencial han caído en el descrédito, lo que agudiza el proceso. Carabineros no es la excepción. Abuso policial ha existido siempre. Ahora se le agregan procedimientos fraudulentos -como en la operación Huracán- y desfalcos millonarios contra el fisco -como en el bautizado Pacogate. Esto no quiere decir que estemos autorizados a ignorar las órdenes policiales. Pero es evidente que desgasta el imaginario del carabinero como autoridad a la cual se le debe cierta deferencia. Ese tipo de autoridad se gana, no se exige.
Queda pendiente, finalmente, una reflexión sobre el alcance del discurso que justifica el uso letal de la fuerza en el seno de la derecha chilena. Supuestamente, conviven en ella sectores conservadores con sectores más liberales. No es raro que los sectores conservadores sean de gatillo fácil. Mientras más a la derecha, diría el psicólogo social Jonatan Haidt, más favorables a la autoridad en el eje autoridad / subversión. Pero los liberales debiesen hacer valer sus matices en la narrativa oficialista. El liberalismo no se agota en promover el matrimonio igualitario o el aborto en tres causales. También implica un compromiso con vigilar celosamente los posibles exabruptos de la autoridad. Si de limitar el poder político se trata, los autoproclamados liberales de Chile Vamos deben estar especialmente atentos a los abusos de las fuerzas policiales. El resto es liberalismo pop. Los derechos individuales sufren cuando las relaciones de poder son tan asimétricas que facilitan la dominación. De Piñera no cabe esperar otra cosa porque nunca ha sido liberal. Pero sí de aquellos que buscan ser reconocidos como tales en el seno de la coalición gobernante. Ellos deberían, como Lord Altrincham, recordarle al Presidente que la era de la deferencia ha terminado. No es tan malo. Nos queda la igualdad.
Fuente: The Clinic