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Feminismo King Kong

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Por Cristóbal Bellolio

Virginie Hespentes es una de las referentes literarias del feminismo contemporáneo. Su Teoría King Kong acaba de llegar a las librerías chilenas con traducción de Paul B. Preciado (otra figura icónica del llamado postfeminismo). No se trata de un denso tratado filosófico sino de un relato biográfico tan crudo como lúcido respecto de la asimetría de poder entre los sexos. Especialmente, como advierte Despentes, cuando te toca ser más King Kong que Kate Moss.

“Seguramente yo no escribiría lo que escribo si fuera guapa”, dice en la apertura, “tan guapa como para cambiar la actitud de todos los hombres con los que me cruzo”.

Despentes reconoce que escribe desde la fealdad. Al hacerlo, reconoce que su mirada está determinada por el lugar que ocupan “las feas, las viejas, las camioneras, las frígidas, las mal folladas, las infollables, todas las excluidas del gran mercado de la buena chica” en la jerarquía social. Dicho de otra manera, el resentimiento de Despentes está justificado porque en un sistema que evalúa a las mujeres de acuerdo con su valor estético, a ellas les toca la peor parte. Al frente están las que puntean en lo alto en el ranking de la seducción y la feminidad. Ellas tienen pocas razones para subvertir el statu quo. A ellas les “convienen las cosas tal y como son”. No es raro, desde esta perspectiva, que las principales defensoras de los concursos de belleza y el derecho a la cosificación sean justamente las que pueden ganar estos concursos u obtener importantes réditos de su propia cosificación. Despentes dice que no tiene nada contra ellas porque en el fondo las entiende: ella no vería el mundo como lo ve si le hubiese tocado poseer el recurso que el patriarcado más valora, ese que determina las posiciones en la estratificación social. Pero tampoco puede quedarse de brazos cruzados: tiene que rebelarse.

Los hombres, en cambio, son socialmente evaluados a partir de varios criterios. No son reducidos a su aporte estético, tal como ocurre en la recién estrenada comedia Je ne suis pas un homme facile, de la directora Eléonore Pourriat. La película es desconcertante porque nos cuesta mucho imaginar un mundo donde los hombres son encasillados en los roles tradicional mente asociados al género femenino, particularmente la carga de generar la atracción sexual. Despentes relata que jugó un tiempo ese rol -de escote, minifalda y taco alto- y que logró dimensionar -e incluso disfrutar- el poder que emana de dicha posición. Es el poder al cual no quieren renunciar figuras del espectáculo que a la vez se declaran feministas como Beyoncé y Emma Watson. Sobre la primera, la escritora Piona McCade señaló que no era una verdadera feminista porque la explotación del cuerpo para vender discos es justamente caer en el juego del patriarcado que asigna a la deseabilidad sexual el valor central. Sobre la segunda, la académica chilena Alejandra Zúñiga hizo una crítica similar. El problema de las feministas que giran de la cuenta corriente de la atracción sexual es que no están contribuyendo a un mundo mejor para las mujeres en general. La hipersexualización, dice Zúñiga, las hace aún más vulnerables. Normaliza la idea de que su valor está en la dimensión estética y justifica su exclusión o marginalización en áreas distintas del quehacer social como la política, la empresa o la academia. Para qué hablar de la violencia sexual.

En este sentido, la mujer King Kong no disfruta de los beneficios sociales de la mujer que “logra cambiar la actitud de los hombres con que se cruza” y paga igualmente los costos de una sociedad hipersexualizada. Al contar la historia de su propia violación, Despentes desmiente la tesis de que los hombres son animales salvajes que requieren de control y vigilancia para domesticar su libido, muy propia de las sociedades que culpan a la víctima por encender pasiones supuestamente incontrolables. Cree por el contrario, que se trata de una construcción política y “no evidencia natural -pulsional- como nos quieren hacer creer”. En este debate, Despentes está con Susan Brownmiller, quien en su influyente Against Our Will (1975) sostiene que la violación es una práctica de dominación. Una teoría distinta es la que exponen el biólogo Randy Thornhill y el antropólogo Craig T. Palmer en su controversial A Natural History of Rape (2000), que sostiene que la violencia sexual se entiende mejor desde la psicología evolucionaria.

En materia de porno y prostitución, Despentes adopta un registro más liberal. En este campo la ortodoxia en el feminismo radical la representan Andrea Dworkin y Catharine MacKinnon, quienes consideran que el porno es una violación a la igualdad entre hombres y mujeres. Hasta donde entiendo, su posición también es restrictiva en el caso del comercio sexual. Despentes cree que la pornografía cumple una función mediadora que “relaja la tensión entre delirio sexual abusivo y el rechazo exagerado de la realidad sexual”. Mucho de lo que nos excita proviene de zonas oscuras y no tiene sentido negarlo, reconoce. La ficción cinematográfica nos permite soltar esas amarras y perder la razón sin daño a terceros. Habiendo ejercido la prostitución durante algunos años, finalmente, la reflexión de Despentes es poderosa. Rechaza el discurso mojigato de la mujer que quiere abolir el mercado del sexo porque en el fondo le aproblema la competencia desleal. No quiere la falsa compasión que ofrece la sororidad. Busca desmitificar que todas las trabajadoras sexuales son víctimas. No es más que una pega bien pagada si tienes pocas calificaciones, declara la autora. Lo que exige es que se ejerza en las condiciones que ellas escojan. Como se advierte, no es fácil encasillar el feminismo King Kong en una etiqueta.

 

Fuente: Revista Capital