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“Tenemos que reinventar la democracia”

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¿Hacia dónde se encamina el sistema democrático? ¿Corre peligro de zozobrar? Especialistas entregaron a DW su visión sobre el futuro de la democracia y algunas ideas para apuntalar su vigencia en el siglo XXI.

Abstencionismo electoral, partidos desacreditados, pérdida de confianza en las instituciones, populismo. El inquietante diagnóstico: la democracia está en crisis. «Si una determinada forma de democracia fue la gran conquista política del siglo XX, ahora, en el siglo XXI, estamos aprendiendo que la conquista democrática es reversible”: esa es la advertencia que plantea Andrea Greppi, profesor de Filosofía del Derecho de la Universidad Carlos III de Madrid, en conversación con DW. Asegurar el futuro de la democracia es el gran desafío.

El académico, que ha centrado gran parte de sus investigaciones en diversos aspectos de la teoría de la democracia, menciona tendencias que podrían dar pie al optimismo, como el incremento de la educación y la capacidad de comunicación, o los avances en la lucha por la igualdad de género, pero admite que tiene una percepción más bien pesimista.

Alfredo Joignant, doctor en Ciencia Política y profesor de la Universidad Diego Portales, de Santiago de Chile, considera que «estamos en una especie de tiempo suspendido, un tiempo incierto. Y desde esa perspectiva, la experiencia de democracia de mis hijos, que tienen 20 años, no va a tener nada que ver con lo que yo viví. Es otro mundo”.

A su juicio, «lo que estamos viviendo en diversas partes del mundo es un proceso de convergencia hacia un cierto estado de degradación de la democracia representativa tal cual la conocíamos, lo que no significa que estemos viviendo el fin de la democracia”.

Los partidos imprescindibles

Un mundo cada vez más globalizado y complejo, que experimenta una profunda transformación tecnológica, con gran impacto en todas las áreas, configura el trasfondo de este período en que diversos pilares parecen tambalearse.

«Está por verse si este nuevo mundo que está saliendo a la luz a raíz de estas transformaciones económicas, sociales y culturales podrá ser gobernado democráticamente. La democracia está en crisis porque cada vez es más difícil gobernar”, dice el académico de Madrid.

En el foco de atención está la pérdida de adhesión a los partidos tradicionales que se percibe en muchos países de América Latina y otras regiones. «La crisis de los partidos es un elemento más en un conjunto de transformaciones encadenadas. No es el único factor que determina la crisis de la democracia, pero es quizá el más llamativo”, apunta Greppi. Estima que los seguimos llamando así por inercia, aunque «ya no son partidos de masas, ya no son los mismos que había en algunas democracias más avanzadas durante la fase central del siglo XX (…). Tienen grandísimas dificultades para cumplir su función de agregación de voluntades, de integración de distintos intereses sociales.” Aun así los considera «inevitables” e «imprescindibles” para el funcionamiento democrático.

Joignant coiniide en su papel clave. «Estoy totalmente convencido de que una democracia sin partidos no es democracia. Una democracia sin partidos, intelectualmente hablando, es lo que estaba inscrito en el proyecto neocorporativista, por ejemplo, de Franco, en España, y también de Pinochet, en Chile”, explica, subrayando que «cuando se ha intentado instalar ese tipo de modelo, generalmente termina mal”.

Bosquejos para un futuro democrático

¿Cómo evitar entonces que zozobren? Joignant da algunas pistas: por ejemplo, modificar la legislación y las regulaciones de financiación estatal de los partidos, haciéndolos cada vez más transparentes, o renovando los padrones de militantes bajo otro formatos. «Vamos a tener que reinventar los partidos políticos desde el punto de vista orgánico y funcional, y es muy probable que tengamos que avanzar hacia formas de institucionalización de los movimientos sociales, lo cual tiene un problema: en el momento de institucionalizarlos, estos dejan de ser movimientos sociales”.

Greppi va más allá. «No podemos trasladar un modelo de organización del poder político que surgió en el siglo XX a una realidad distinta, que es la del siglo XXI. En el siglo XXI lo que tenemos que hacer es reinventar la democracia, porque, si no, la alternativa es avanzar hacia formas de despotismo global, con formas de poderes locales más o menos autoritarios, más o menos tecnocráticos”, afirma. Y apunta a cambios profundos, de naturaleza estructural. «La posibilidad de encontrar un futuro para la democracia tiene que ver, a mi juicio, con la posibilidad de redistribuir, de deslocalizar los lugares de toma de decisiones. Es decir, de construir redes de nichos locales, federaciones de espacios de decisión, en los cuales la participación sea posible. En suma, una especie de desmontaje del Estado nacional y recomposición de espacios de decisión democrática”.

El azar y la democracia

También Joignant baraja opciones poco convencionales para el futuro. «Yo estoy pensando seriamente en generar instituciones aleatorias”, dice a DW, aclarando que eso no resuelve todos los problemas, pero sí incide en uno de fondo, que es el de la representatividad.

«Aplicar mecanismos de azar para la composición de ciertas instituciones puede ser un elemento útil, pero lo fundamental en cualquier sistema democrático es la existencia de pesos  y contrapesos, checks and balances, en mecanismos complejos de arquitectura constitucional, que son funcionales a la libertad y la autonomía de los ciudadanos”, matiza Greppi.

En todo caso, Joignant subraya que no es una idea «extraterrestre”, y cita como ejemplo los jurados penales en Estados Unidos, cuyos miembros son elegidos al azar. El politólogo chileno se pregunta si no valdría la pena generalizar ese tipo de diseño institucional.

Concede que es políticamente inviable «todavía”, pero le parece algo «intelectualmente fascinante”: «El sorteo es bello, porque el azar tiene una virtud: es profundamente igualitario. Ante el azar somos todos iguales, el azar es ciego ante la riqueza, ante si se trata de hombres o mujeres”, etc.

A la objeción de que también es ciego en cuanto a la formación de las personas, replica que existen diseños de igualación de competencias para deliberar, como el de las «encuestas deliberativas” de James Fishkin, en que se entrega a los sorteados las herramientas y conocimientos necesarios. «El problema es que esos diseños son caros. Pero, al mismo tiempo, yo considero que la democracia no tiene precio”.

Vía: DW