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LA DERECHA Y EL LIBERALISMO POLÍTICO

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Por Cristóbal Bellolio

Con ocasión del lanzamiento del programa de gobierno de Felipe Kast, el académico y columnista Daniel Mansuy comentó acerca de la fibra liberal que recorría el texto. Entre otras cosas, se preguntó por la ausencia de conceptos como nación y familia. Sostuvo que el individualismo paradigmático del pensamiento liberal era problemático de conjugar con la idea de vivir en comunidad. Más aún, que un liberalismo de esas características difícilmente servía para elaborar un proyecto genuinamente político. Tuvo respuesta en la pluma de Ignacio Briones, cerebro programático de Evópoli. Según Briones, el individualismo normativo que impregna al liberalismo expresa justamente una convicción política acerca del igual valor moral de las personas, lo que se traduce en respetar distintos proyectos de vida. En ese sentido, esboza la noción de neutralidad liberal.

El debate es interesante por dos cosas. Primero, porque se enmarca dentro de los esfuerzos que varios están haciendo en la derecha para sostener un debate sobre los fundamentos ideológicos de la propuesta que se ofrece al país. En este caso, Mansuy habla por el sector más conservador, aquel que hasta ahora se ha tomado más en serio la tarea. Briones está a cargo de hacer el punto que explica la existencia de Evópoli: la posibilidad de una derecha liberal. La segunda razón es porque recrea una discusión que lleva años transcurriendo en las aguas de la filosofía política liberal.

Dicha discusión gira en torno a la necesidad de justificar el ejercicio del poder en el marco de sociedades plurales con ciudadanos que merecen igual estatus moral. El liberalismo es, en este idioma, un proyecto esencialmente justificatorio. Su premisa fáctica es que las sociedades contemporáneas son plurales. Es decir, las personas abrazan distintas concepciones de la vida buena. Rawls les llamaba doctrinas comprehensivas. En la medida que coexisten distintas visiones religiosas, filosóficas y éticas sobre el sentido de las cosas y las pretensiones sobre la Verdad, la única legitimidad posible -piensa el liberalismo- se obtiene si las reglas e instituciones básicas son aceptables para todos. Sólo de esa manera, concluye el argumento, se está respetando el estatus de igualdad moral entre las personas.

A este liberalismo se le apellida comúnmente político, para distinguirlo de los liberalismos comprehensivos. Rawls solía citar el caso del Kantianismo, que hace de la autonomía el principio rector de una vida bien vivida. O del liberalismo de Mill, con su acento en la individualidad, la experimentación y la originalidad. En cambio, el liberalismo propiamente político es más modesto en su alcance. Respetando la existencia de cosmovisiones rivales y paralelas en el espacio social, se conforma con acordar un mínimo común normativo. Para determinar los principios sustantivos de este mínimo común, recomienda emplear razones públicas, esto es, razones que no apelen a visiones particulares sino compartidas. De ahí la mentada noción de neutralidad estatal.

Al poder político, bajo esta clave, le está restringida la promoción de doctrina comprehensiva alguna, ya sea religiosa o secular. De esta manera, la neutralidad del liberalismo se traduce en la idea de justicia como imparcialidad. Dicha imparcialidad asegura el derecho de cada individuo de dibujar el proyecto de vida que estime conveniente. Por cierto, esta noción de neutralidad no implica ausencia de valores. El mínimo común del liberalismo político está representando una serie de valores que son políticos en tanto compartidos. Dichos valores están expresados en las premisas sustantivas del acuerdo político –individuos moralmente iguales en un esquema de justa cooperación social- y en las reglas del discurso político -que se expresan en el empleo de razones públicas.

Por cierto, no todos los liberales son políticos, en el sentido descrito. Muchos liberales abrazan distintas formas de perfeccionismo. En lo central, sostienen que es completamente legítimo matricular los recursos del estado para impulsar visiones comprehensivas en ciertos ámbitos y así perfeccionar al pueblo. Claro está, un perfeccionismo autoritario no es lo mismo que un perfeccionismo liberal; el segundo prefiere evitar la coerción y opta por empujoncitos e incentivos. Como fuere, los críticos del perfeccionismo argumentan que se trata de una atribución delicada: dicha promoción implica casi siempre una mirada paternalista, un juicio negativo sobre lo que la gente de otra forma haría, lo que no conjuga muy bien con la idea de igual respeto y consideración moral. Esta parece ser la línea que adopta Briones. La defensa de un liberalismo político en el sentido Rawlsiano, minimalista en su alcance.

Mansuy, en su crítica al liberalismo, desliza que la neutralidad que busca pasar de contrabando el liberalismo no es más que otro credo combatiente, como diría Charles Taylor. Es el credo de la individualidad. Cae entonces en una contradicción. Acusa al liberalismo de falsamente neutral, y cuando el liberalismo ofrece una concepción sustantiva -basada en lo que Rawls llamaba “the separateness of persons”- dice que el individualismo no vale para construir una teoría social. En ese específico sentido, discrepo con Briones, que acusa a conservadores y comunitaristas de ‘construir’ una visión de la vida buena. El liberalismo político emerge de una metodología constructivista: tenemos que construir los pilares institucionales de la vida social en base a ciertas intuiciones básicas que se reflejan en acuerdos políticos y no respondiendo a verdades reveladas ni alojadas en alguna dimensión platónica. Nosotros somos, a mucha honra, los constructivistas: creemos que el procedimiento es central en la justicia del resultado.

Por lo anterior, la misma idea de individualismo, que pasa por normativa, es básicamente una metodología. El liberalismo no está en el negocio de promocionar el individualismo como conducta ni forma de vida. Tampoco ignora la importancia de instituciones sociales como la familia (tradicional) o culturales como la nación. Entiende que, para la mayoría de la gente, éstos son elementos centrales de su idea de la vida buena. Pero no para todos. He ahí la razón de ser del liberalismo: que la minoría reciba igual respeto. De ahí la necesidad de una teoría de justificación pública. Aquella requiere una metodología de adjudicación justa de los desacuerdos, de una metodología imparcial a las partes en conflicto. Los liberales de matriz Rawlsiana y simpatías Habermasianas lo traducen en la exigencia de ‘razones públicas’, es decir, razones que todos puedan aceptar. Por eso el liberalismo político es necesariamente minimalista. No ambiciona muchas virtudes morales de sus ciudadanos ni espera facultades intelectuales superiores. Se conforma con lo básico: que nos tratemos como iguales en el espacio público y nos organicemos en forma justa. Por cierto, este proyecto no es neutral respecto de otras visiones al respecto. El liberalismo es la filosofía política del individualismo, aunque sea bajo clave metodológica.

A su vez, el liberalismo político es capaz de cobijar otros liberalismos más sustantivos –comprehensivos, dijimos. Algunos de ellos son aún más individualistas, como aquél fascinante liberalismo de raíz Milliana, que celebra la vida como una exploración de ensayo y error. En aquel marco, los individuos deciden los términos de su asociación. Muchos liberales no visualizan una vida plena sin ejercicios de intimidad y cooperación colectiva. Una facción Milliana-Hedonista, como diría Sol y Lluvia, cree que organizarse es un placer. Me cuento entre ellos. Los días más importantes de vida fueron cuando mi club de liga ganó el torneo de clausura un primero de diciembre y cuando el movimiento político por el cual trabajé en la universidad ganó la FEUC en otra noche de gloria primaveral. En el futuro, el siguiente será la inclusión de un tercero al núcleo familiar. Nada excéntrico: es mucha la gente que encuentra más sentido (y placer) en los afectos sociales y los proyectos colectivos que en los logros individuales y las carreras solitarias. Pero no todos piensan igual: Nietzsche fue un individualista que se trastornó porque nunca disfrutó del placer de hacer cosas juntos.

Con todo, el liberalismo que defiende Briones ni siquiera requiere ser Milliano. Es político. No es neutral en el sentido que carezca de valores sustantivos. Es neutral en el sentido que los valores sustantivos que abraza son determinados por procedimientos justificatorios que intentan ser imparciales. Mansuy entiende lo político como la necesidad de adoptar una visión comprehensiva. El idioma liberal contemporáneo, en cambio, le denomina política a una concepción acotada y modular de moralidad común y compartida, la única que serviría como base legítima para justificar el ejercicio del poder en sociedades pluralistas.