Por Gastón Gardella
Una sola libertad
Liberalómetro Sí… Liberalómetro No… La cosa es que, como dice Alberto Benegas Lynch (h): «La Libertad no se corta en gajos». A lo que debemos sumar también otra definición del gran Maestro: «El liberalismo es el respeto irrestricto del proyecto de vida del prójimo». En definitiva… Libertad hay una sola: o la defendemos o la perdemos. No hay medias tintas.
La libertad si no está completa, no es libertad.
Ser liberal no es algo a lo que llegamos por cuestiones genéticas o por costumbres, tampoco se llega por los conocimientos que nos son impuestos por el sistema educativo imperante o por los medios de comunicación masiva. Ser liberal es una conclusión a la que llegamos el día en el que entendemos ciertas cosas acerca de cómo funciona el mundo y de qué trata la naturaleza del ser humano. Por eso se torna tan difícil catalogar el pensamiento aquel que suponemos liberal. Difícil y, generalmente, innecesario.
No. Todo lo antes dicho serían consecuencias de un pensar y obrar de modo liberal. Pero no, definitivamente no. Ser liberal es algo completamente distinto, algo que quizás en un principio no lo notemos y más aún, algo que no teníamos explícitamente la intención de ser.
Una de las mejores definiciones de liberalismo que existen, es sin dudas, la del gran maestro Alberto Benegas Lynch (h): «…el respeto irrestricto del proyecto de vida del prójimo.»
Pero esta definición queda incompleta si no aclaramos el punto de vista desde el cual esa genial frase es analizada.
¿Es de liberal defender nuestros propios derechos, velando porque éstos sean respetados por los demás? No necesariamente.
Que yo le exija a la sociedad que me rodea, y de la que soy parte, que mis proyectos de vida sean respetados, no dice nada. No me hace liberal dicho acto, simplemente estoy reclamando lo que me corresponde. Hasta el más cruel de los tiranos, el más sangriento de los dictadores y el más dirigista de los totalitarios, exige respeto por sus derechos (¡Y vaya qué modos tienen de hacerse respetar!).
Todos queremos que se nos respeten nuestra vida, libertad, propiedad y todo lo que con ellas podemos hacer. Que no se nos invada, que no se nos coarte en nuestros actos. Incluso, si ese acto significa acabar con alguno de nuestros derechos.
Que se nos respete en todo aquello que somos o queremos ser, requiere simplemente que vivamos en un ámbito de libertad que sólo una sociedad con tendencias liberales puede ofrecer. Por eso, exigir ese respeto, puede que sea una característica presente en una persona liberal, pero no es excluyente, porque si nos fijamos en los tiranos, dictadores y totalitarios, como dije antes, ellos no desean un ámbito de libertad, no permiten que sus sociedades sean libres, aunque para ellos exijan ese respeto que le niegan a los demás.
Entonces, evidentemente, para ser liberal completamente, nuestras acciones, nuestros propios proyectos de vida tienen que ser acordes con el respeto irrestricto de los proyectos ajenos. El viejo dicho de «no le hagas a los demás lo que no quieres que te hagan a ti» sería una máxima a tener en cuenta si de liberales queremos ser tildados.
Todas aquellas cosas que defendemos, y que defendemos hasta las últimas consecuencias, no tienen ningún sentido si no se dan en el ámbito de una sociedad. Para ser liberales «full», tenemos que ser más de uno. Robinson Crusoe, solo en su isla, no necesita ser definido como liberal, ni libertario, ni anarquista, pues eso… está solo en su isla. Sólo cuando Viernes aparece podemos empezar a ver de qué madera está hecho el bueno de Robinson.
Desear un mercado libre sería absurdo si no le permitiéramos a los demás, ser libres de comprar y vender lo que se les dé la gana. Que existan intercambios voluntarios (motor mismo de ese Mercado) es obviamente posible si ambas partes intercambian voluntariamente aquello que desean intercambiar. Obligar, usando la fuerza, a alguien a intercambiar o impedir por la fuerza un intercambio, es una flagrante violación de la libertad de ese alguien.
La «no agresión» de las libertades de los demás, es sin dudas el requisito principal para que se nos considere como liberales.
Pensando en estas cuestiones, podemos retomar las eternas luchas internas dentro del liberalismo. Aquella eterna discusión de que si un liberal puede ser conservador o progresista, de izquierda, centro o derecha, religioso o ateo, etc.
Vamos a ver dos ejemplos: El Patriota y el Solidario.
¿Puede un liberal ser «Patriota»? Absolutamente sí, pero respetando ciertas condiciones. Quien se dice patriota, tiene toda la libertad del mundo para serlo, para obrar en consecuencia y para difundir sin censuras sus ideas. El «Liberal Patriota» deja de ser liberal en el mismo momento que emplea la fuerza para que los demás adopten los símbolos y costumbres de lo que él entiende como patria.
¿Puede un liberal ser solidario y comprometido con los que menos tienen, con los enfermos, etc.? Totalmente sí… ¡faltaba más!… Ser buena persona es más que compatible con las ideas liberales, es la esencia misma del liberalismo. Pero todo se acaba cuando se pretende ser solidario con alguien, obligando a un tercero a pagar con el fruto de su trabajo esa supuesta solidaridad. Y es una contradicción, porque obligar a alguien a «dar» no lo convierte en solidario y mucho menos el que obliga puede catalogarse como tal. La solidaridad es siempre voluntaria, en caso contrario es cualquier cosa menos solidaridad.
En la actualidad, y desde hace un par de siglos, el principal medio para atacar las libertades de los individuos, es el Estado. Desde el poder que otorga ser parte de ese nefasto ente, los anti-liberales imponen por la fuerza sus propios gustos, creencias y costumbres.
No puede ser nunca liberal un gobernante que prohíba a sus ciudadanos llevar símbolos patrios de «otras patrias». No puede ser nunca liberal un funcionario que le quite, por la fuerza, dinero a los ciudadanos para repartirlo entre otros ciudadanos que él, arbitrariamente, considere que lo necesitan.
Unas de la más evidentes aberraciones existentes, a la hora de hablar de imposiciones, es la de la enseñanza en escuelas públicas (principalmente en las provincias) de la materia obligatoria de «Religión». A la escuela pública, en particular a la de Argentina, llegan chicos de las más variadas religiones: católicos, evangelistas, musulmanes, etc., sumados a ellos los muchos chicos que no creen o practican ninguno de esos cultos. Sin embargo, a pesar de esa variedad de creencias, tienen como una de las «especiales», la materia Religión, en la cual se enseñan las creencias difundidas por la Iglesia Católica.
No puede nunca llamarse a sí mismo liberal, un gobernante o funcionario, que obligue a cientos de miles de niños a estudiar, con énfasis en el carácter de obligatorio, una determinada religión.
Eso, queridos amigos, no es ser liberal… es ser sí, una persona libre y en todo derecho de ejercer su libertad para hacer con su vida lo que le plazca. Liberales somos aquellos que, bajo ningún concepto, le vamos a impedir hacer lo que quiera (con los obvios límites de la vida, libertad y propiedad de otras personas).
Todos los adjetivos extra que se suelen adosar al título «liberal» resultan sencillamente irrelevantes. Pero su irrelevancia nada tiene que ver con que estemos faltando el respeto a lo que ellos implican, son irrelevantes porque al no ser impuesto nada por la fuerza, lo que haga de su vida cada uno no afecta su título de liberal y no debería ser asunto de discusiones políticas.
Una persona puede obrar, pensar e interactuar con los demás como se le ocurra, siempre y cuando su accionar no invada o dañe la propiedad de los demás. La función entonces del liberal es simplemente respetar dicho accionar, aunque el mismo vaya en contra de sus propias ideas y costumbres.
A un liberal «conservador» no le debe interesar si dos personas del mismo sexo deciden convivir y formar una familia.
A un liberal «progresista» no le debe interesar que otras personas lleven adelante proyectos familiares de un modo «tradicional» (por llamarlo de alguna manera).
Por último, cuando se defiende un solo «lado» de la libertad de las personas, en realidad no se está defendiendo nada, muy por el contrario, el ataque a dicha libertad es completo.
Imaginemos un gobernante de derecha, que se diga pro-libre mercado, y al mismo tiempo proscriba a una determinada religión, contraria a la que él ha establecido como la «oficial» dentro de su territorio. Las personas que profesen esa prohibida religión, deberán abandonar el país si quieren evitar ser encarcelados. Es evidente que una parte de esa sociedad estará impedida además de trabajar, emprender, comerciar. Por tanto, el título de pro-mercado de dicho gobierno, es falso. No hay tal mercado.
Atacar las libertades sociales, personales, termina atacando a las libertades económicas.
Imaginemos ahora un gobernante de izquierda, que se diga defensor de las libertades sociales y al mismo tiempo elimine la propiedad privada, acabe con el libre comercio, expropie las riquezas de los individuos. Toda esa gente estará impedida de utilizar los medios que deseen para alcanzar los fines que buscaban. Con lo cual, sus proyectos de vida se verán truncados.
Atacar las libertades económicas, termina atacando a las libertades sociales.
Para cerrar, volvamos al Maestro Alberto Benegas Lynch (h), quien dice: «El liberalismo no corta en tajos». Y esto es así. El liberal debe defender y promover la libertad absoluta de todos sus semejantes, no deben existir medias tintas. El liberal debe bregar por la libertad total, hasta de su más acérrimo rival ideológico.
Fuente: Visión Liberal