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El liberalismo, ¿obsoleto?

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Por Santiago Montenegro

No sorprende el silencio que han mantenido en muchos países sectores de la extrema izquierda y de la extrema derecha con relación a las declaraciones de Vladimir Putin cuando afirmó que “el liberalismo es ya obsoleto”. Aunque en su entrevista para Financial Times enfatizó en su crítica al multiculturalismo de las democracias occidentales, es claro que apunta contra las democracias liberales de Occidente y defiende la llegada de los populismos en Europa y en América. Por supuesto, Putin no es un ignorante. Y, porque no lo es, sabe que la forma de gobierno de los llamados países occidentales es la llamada democracia liberal. Y debe saber bien que en tanto la democracia es una respuesta a la pregunta de quién debe gobernar y responde que, en lugar de Dios o del rey o del “jefe supremo”, debe gobernar el pueblo o sus representantes, el liberalismo es una repuesta a la pregunta de cómo se debe gobernar y responde que se debe gobernar con límites, tanto en el tiempo como en el espacio.

Si esta es la forma de gobierno de los países de Occidente, no sorprende, entonces, que a gobernantes como Vladimir Putin, como Recep Tayyip Erdogan, Viktor Orbán, Nicolás Maduro, Daniel Ortega o como Evo Morales, el liberalismo les produce urticaria e insomnio. Simplemente, porque estos gobernantes y sus adláteres quieren quedarse indefinidamente en el poder. De esa forma, tampoco sorprende que eviten atacar mucho a la democracia como sí al liberalismo. No atacan mucho a la democracia porque la asocian a la regla de la mayoría electoral, una regla que gobiernos como los de ellos, sin límites en el tiempo y en el espacio, sin separación de poderes y sin libertad de expresión, fácilmente manipulan a su antojo para justificar que son los legítimos representantes del pueblo.

Así, el liberalismo no está obsoleto, por el contrario, es más necesario que nunca y tenemos la obligación de defenderlo. Y para defenderlo más efectivamente debemos tener en cuenta que, además de respetar y defender unas instituciones, debemos también proteger y defender unos valores y una forma de vida social. En otras palabras, debemos tener en cuenta que el Estado y la sociedad no son exactamente lo mismo. Porque mientras el Estado está compuesto por un conjunto de instituciones y reglas, como la Constitución, la ley civil y criminal, y los órganos Ejecutivo y Legislativo, las sociedades están estructuradas alrededor de ideas y creencias no solo sobre cómo debe ser el Estado, sino sobre cómo debe ser la relación entre unos seres humanos y otros y sobre la vida misma. Así, podemos hablar entre sociedades cerradas y abiertas. Quienes atacan al liberalismo conciben una moral colectivista y unas instituciones y creencias que suponen su certeza y su inmutabilidad, y están dispuestos a imponer esas creencias y esas instituciones, si es necesario, por la fuerza y a eliminar todo tipo de disenso. Por el contrario, la sociedad abierta presupone la responsabilidad y la moral individual sobre el pensamiento colectivista y tribal y en ella nadie tiene la verdad revelada, es pluralista, es tolerante y los gobiernos son reemplazados en forma pacífica y en plazos determinados. Cuando ataca al liberalismo, Putin está atacando a esa sociedad abierta, la misma que rechazan muchos sectores de extrema izquierda y de extrema derecha de nuestros países y que guardan silencio ante sus declaraciones.

Fuente: El Espectador