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El liberalismo resistirá

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La ideología de las democracias occidentales durante décadas es obsoleta. Son palabras de Vladímir Putin en una reveladora entrevista ­publicada por el Financial Times el mismo día que empezaba la cumbre del G-20 en Osaka. El presidente de Rusia proclamaba que el fin del liberalismo ha llegado con la entrada del populismo en Estados Unidos y en la Unión Europea.

La idea liberal, según Putin, ha perdido su utilidad porque ha entrado en conflicto con los intereses de la mayoría de la población. Un obituario prematuro, uno más, del legado del filósofo y economista escocés John Stuart Mill, el gran ­defensor de la libertad in­dividual, feminista a mitad del siglo XIX, teórico del utilitarismo y defensor a ­ultranza de la libertad de expresión. Su célebre tra­tado Sobre la libertad es una apología del papel que tie- ne la libertad como condición necesaria para el progreso social y cultural de los pueblos.

Stuart Mill no está de moda y dudo que Vladímir ­Putin haya leído algún tex- to del pensador escocés. Tampoco lo debe de haber consultado Donald Trump, que, al igual que su colega ruso, tiene aversión a la libertad de prensa. Los dos han manejado desde el poder el concepto de fake news, que han utilizado con profusión hasta el punto de convertir mentiras en verdades con la consiguiente confusión local y global.

Las palabras de Putin no son una improvisación para desorientar a los poderosos que se reunieron en Osaka. Contienen el mensaje del Kremlin que ha sido divulgado repetidamente desde el año 2010 con la idea de romper la hegemonía de Estados Unidos y, de paso, debilitar a la Unión Europea. Alexander Duguin es el autor intelectual de la nueva política rusa después de la humillación sufrida con la caída del comunismo y la desintegración de la Unión Soviética. Duguin escribió el libro Fundamentos de geopolítica. El futuro geopolítico de Rusia, en el que se muestra partidario de la ruptura de la OTAN que llega hasta las fronteras rusas. Occidente no supo administrar la victoria de la guerra fría y abrió las puertas a todos los países del antiguo Pacto de Varsovia. El acercamiento a Ucrania encendió todas las luces rojas en el Kremlin.

Cuando Putin decidió anexionar Crimea en el 2014, Occidente aplicó sanciones, protestó y, de hecho, dejó de contar con Moscú para los grandes temas internacionales. Las sanciones por aquella usurpación de la península de Crimea todavía son vigentes.

Tiene razón Putin cuando afirma que el fin del liberalismo coincide con la llegada de los populismos en Europa y Estados Unidos. A pesar de las evidencias aportadas por el informe del fiscal Mueller, Donald Trump ha conseguido evitar las consecuencias políticas de una intervención rusa en las elecciones del 2016 a su favor y en contra de Hillary Clinton.

Putin decía en la entrevista al Financial Times que no estaba de acuerdo con muchas de las formas de resolver problemas de Trump, pero que tiene talento y se identifica con lo que el votante quiere oír.

El populismo, ciertamente, ha hecho acto de presencia en las democracias liberales que están amenazadas por partidos y por tendencias que no aceptan los valores de la libertad, el libre comercio y la contribución de la empresa privada como uno de los motores de creación de riqueza y prosperidad.

La hegemonía de la alianza entre Washington y Europa que ha protagonizado la política internacional en los últimos decenios se ha acabado. La idea de una Europa unida y solidaria, libre, es un estorbo para los nacionalismos populistas que pretenden volver a las históricas fricciones y divisiones entre los estados europeos que han sido los incubadores de las guerras europeas y mundiales desde la Reforma.

Las inacabables reuniones del Consejo Europeo para decidir los cargos que tienen que repartirse en las instituciones de Bruselas tienen mucho que ver con el problema de la Unión, que no está sólo en la visión eurásica de Putin ni en el desentendimiento formal de Trump respecto a la Alianza, sino en los Salvini, las Marine Le Pen, los Viktor Orbán y la hegemonía de la extrema derecha en Austria, República Checa y Polonia.

Steve Bannon intenta, sin fortuna hasta ahora, unir a todas las fuerzas contrarias a la idea de Europa para crear mayorías que vuelvan a levantar fronteras, reducir los derechos individuales, el respeto a los otros y poner la democracia por encima de las leyes.

El liberalismo es obsoleto, dice Putin. El liberalismo es pecado, escribía el clérigo integrista sabadellense Félix Sardá y Salvany en 1884. Tanto el Brexit como el “América primero” de Trump son fenómenos del mundo de ayer, reaccionarios, aislacionistas y egoístas. A Rusia no van inmigrantes ni pobres ni ricos. Los millonarios salen con sus fortunas a invertir en Europa y Estados Unidos. La inmigración y la globalización se retroalimentan y se combaten. Son las pantallas de la crisis moral de Occidente.

Fuente: La Vanguardia