Después de 13 años, Vicuña reedita «Voces de ultratumba», un libro en el que descubrió la larga y transversal trayectoria que tuvo el espiritismo entre fines del siglo XIX e inicios del XX. Acá reivindica la escritura histórica fuera de la academia.
Estaba ubicado cerca del Estadio Nacional y fue el único centro de terapias esotéricas que el historiador Manuel Vicuña logró ubicar en ese momento. Se sometió a un tratamiento expreso de «pases magnéticos» que prometía recargar energías y el resultado fue más o menos el que esperaba: «No me pasó nada especial», cuenta Vicuña, que llegó hasta el lugar para conocer de primera fuente cómo operaba el mundo esotérico. Si de algo le sirvió fue para confirmar una sospecha: los médiums de hoy no tenían nada que ver con los que él había descubierto, escondidos entre archivos de la Biblioteca Nacional, y que entre fines del siglo XIX y principios del XX animaron el movimiento del espiritismo en Chile. Y, por cierto, nadie sabía que habían existido.
Lo que descubrió Vicuña fue lo que contó en «Voces del ultratumba. Historia del espiritismo en Chile», un libro que publicó en 2006 y que ahora es reeditado por Taurus en una versión reescrita y que añade un capítulo final: un perfil al enigmático Jaime Gaité, el más relevante médium chileno del siglo XX. Hoy el libro puede que tenga algo a su favor: «Llega en un momento en que estas historias más anómalas, secretas, tienen mayor receptividad», dice Vicuña, quien, más que un volumen de historia tradicional, escribe un ensayo en el que, al tiempo que reconstruye la trayectoria de los espiritistas locales -desde oligárquicos hasta obreros-, expone una crisis de época: la orfandad que dejaba la pugna entre el materialismo científico y la religión.
Cubriendo cinco décadas, desde 1875, «Voces de ultratumba» cuenta el eco chileno de un fenómeno mundial: establecer contacto con los muertos en el más allá. El relato está hilado por un catálogo de personajes sorprendentes: médiums de clase alta que todos los días se contactaban con muertos ante grupos adeptos; profesores del Instituto Nacional que defendían el espiritismo de la Iglesia Católica; los años que Victoria Subercaseaux, viuda de Benjamín Vicuña Mackenna, se comunicó con su hijo muerto a través de una pitonisa; el papel que jugó Jacinto Chacón, tío de Arturo Prat, apoyando la causa; las legendarias sesiones en la casa de las Morlas; la aparición de Jaime Gaité, el hombre que por décadas asumió la voz de un médico suizo muerto, y que era tan preciso que recetaba fármacos, incluyendo la dirección de la farmacia en París donde comprarlos.
Decano de la Facultad de Historia y Ciencias Sociales de la UDP y autor de libros como «La belle époque chilena», «Fuera de campo» y «Reconstitución de escena», todos escritos con la libertad del ensayo, Vicuña se enteró de la existencia del espiritismo en Chile a inicios de la década de los 2000. Se encontró en la Biblioteca Nacional con la Revista de Estudios Espiritistas, Morales i Científicos, fechada en 1875. Era la punta de un iceberg que él define como un «continente perdido». «El libro lo que hace es sacar a flote un movimiento político, ideológico, religioso, bien sofisticado intelectualmente. Que quiere reclutar gente, que tiene centros, revistas, que da conferencias, y que es el gran polemista con la Iglesia Católica», cuenta el historiador.
-¿El libro da cuenta de una crisis cultural provocada por el avance del materialismo?
«El espiritismo es una respuesta a una encrucijada muy abrumadora para la gente de la época. La sensación de que se les desmoronaba un mundo; tenían que apuntalarlo, porque si no quedaban a la intemperie. Es una cuestión chilena y universal. Con el materialismo no solo se descarta la existencia de Dios, tampoco existe el alma; somos materia y se acabó el tema. Ese es un debate de época en Occidente. También el movimiento es una crítica a la Iglesia, algo también muy de época: hay una cultura liberal radical que trata de sacar a la iglesia de la esfera pública».
-¿Se puede plantear que el espiritismo tuvo algo de proto-feminismo al integrar tan fuertemente a las mujeres?
«No es que la hayan integrado en términos de mercado laboral o les hayan entregado derechos políticos, pero sí es el primer movimiento en el caso chileno en donde la mujer es equiparada al hombre e incluso tiene una posición de superioridad. Porque si bien ellas no eran generalmente las ideólogas, eran las grandes médiums. Y ser médium es el rol protagónico. Creo que eso descolocaba mucho al clero, que finalmente es la intermediación oficial entre la divinidad y los mortales.
-Usted nunca se pronuncia sobre la veracidad del espiritismo.
«A esto había que acercarse como lo hacen los antropólogos cuando estudian un pueblo perdido en una isla en Indonesia: intentar comprenderlo como una especie de cultura en sí misma, que tiene sus propias reglas y creencias. Sin decir si es falso o verdadero, porque además nosotros también estamos rodeados de cuestiones que podríamos considerar falsas pero que son relevantes para nuestra vida. Cosas del catolicismo. O el inconsciente. Cosas que uno no puede verificar su existencia, pero todos damos por supuesto. Si es verdad o no es verdad no es tan relevante, lo importante es lo que a ti te hace sentido. Eso le imprime un sello a tu vida».
-¿Qué sello le imprimió a la sociedad chilena?
«Más allá de la gente que creía puntualmente en la posibilidad de contactarse con los espíritus, el espiritismo fue una vertiente de una cultura liberal libertaria. En el sentido de que hay una crítica frontal a las instituciones jerárquicas, a cualquier casta privilegiada, llámese clero, llámese clase política, que actúe de manera sectaria y oprima las disidencias. Yo lo encuentro muy contemporáneo».
-Pese a lo elaborado que fue el movimiento del espiritismo en Chile esta historia nadie la había contado. ¿Por qué no?
«Cuando yo descubrí esto nadie sabía de su existencia. Las hermanas Morla, eso era el espiritismo en Chile. También algo de Arturo Prat y del médium Jaime Galté. Era el anecdotario de la familia que sesionaba para comunicarse con sus muertos. El espíritu como movimiento no figuraba. Y no es que se haya dicho algo así como «no nos ocupemos del tema porque no merece atención», simplemente nadie sabía que existía. Luego, creo que el movimiento se extinguió y dejó de haber una cadena de sucesión entre generaciones que guardara una memoria histórica. Se fue difuminando en otros movimientos esotéricos».
-¿Qué le parece el fenómeno de las historias secretas?
«Me parece bien en la medida en que ha sido una explosión del público lector. Lo que sí encuentro con todas las lecturas secretas es que funcionan con un modelo de lectura paranoica. Parten de la base de que existió un grupo de una maldad infinita que oprimió a las mayorías. La paranoia tiene un fundamento de verdad, pero también le cuesta matizar. Todo intelectual crítico funciona sobre la base de la sospecha, y en algún momento está al borde de la paranoia, pero si uno la aplica de manera muy automática termina simplificando. Pero me parece bien que exista, que haya generado un boom de lectores y un interés en la historia de Chile».
-¿Y cómo ve el trabajo que están haciendo hoy los historiadores?
«El mundo académico está pasando por un momento complicado. La demanda por hacer carrera es muy fuerte y eso supone comportarse de determinada manera: escribir papers para una comunidad de pares restringida, sobre temas que no tienen interés general. Y los libros están muy anclados en el formato de la tesis doctoral. El libro puede ser la historia del patronato de la infancia entre 1853-1858. Desolador. El historiador de alguna manera se ha ido olvidando, creo yo, de que la historia era una rama de la literatura. Esa es una cuestión que habría que recuperar. Vicuña Mackenna, Alberto Edwards, ahí la historia estaba colindando con la literatura».
-Pero existen ensayos históricos actuales, como «El liceo», de Sol Serrano, o «La casa museo», de Alfredo Jocelyn Holt.
«Hay cierta vocación, pero minoritaria. El género se lo tomaron los no historiadores y eso supone que los historiadores desertaron del territorio, porque avidez por el tema existe. Eso es lo que prueba Jorge Baradit, que ha vendido una barbaridad. Ahí hay una avidez por saber historia de Chile, no necesariamente por la historia de los presidentes, sino por estos relatos más claroscuros. Eso no lo están tomando los historiadores».
Fuente: Economía y Negocios