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Créase o no: hay sociedades que prefieren la obediencia a la libertad

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Uno de los grandes dilemas dentro de la ciencia política es la regulación de la relación entre gobernantes y gobernados. En este sentido, la literatura que ha discutido este tema, ha encontrado en Nicolás Maquiavelo una incógnita que es debatida hasta el sol de estos días en las academias, ¿es preferible ser temido o ser amado?

A pesar de que Maquiavelo resuelve tal diatriba planteando la necesidad de contar con ambos rasgos, enfocarse en el gobernante y no en los gobernados, reflejará una solución acéfala a la cuestión.

El gobernante también debe fijarse en los valores y la cultura política que nutre a la sociedad, teniendo el suficiente tacto como para conocer sus límites a la hora de maniobrar dentro de las diferentes dimensiones del poder.

A pesar de que pueda parecernos un delirio considerar que exista alguna persona que no prefiera ser libre, millones de personas en el mundo prefieren asumir la comodidad de la obediencia sobre la responsabilidad de la libertad.

Ser obediente contempla asumir un rol de lealtad y confianza hacia una autoridad, la cual tomará decisiones sobre el destino que cada ciudadano, sin que este participe de manera alguna en su proyecto de vida, de esta forma todos navegan sin preocupación alguna sobre el Leviatán estatal confiando ciegamente en su rumbo.

Ser libre contempla una serie de responsabilidades que permite que cada ciudadano construya su propio proyecto de vida, tomando sus propias decisiones, corriendo todos los riesgos que esto contrae, y asumiendo sus consecuencias.

Es precisamente el liberalismo quien se levanta contra dicho sistema promoviendo la libertad como valor supremo, respaldado por la responsabilidad que cada ciudadano buscaba asumir para tomar las riendas de su destino.

Sin embargo, siguiendo la lógica de Maquiavelo, el ciudadano también debe saber manejar ambos rasgos. Debe saber ser libre pero obediente al mismo tiempo. Debe ser libre para decidir y construir su proyecto de vida y ser obediente a la ley y el orden que defiende dichas garantías para su prójimo.

Sería sumamente incongruente mencionar a Maquiavelo y no traer todo lo planteado al plano real. Las sociedades muchas veces deciden ser obedientes, o por la fuerza son empujadas a ello, sin embargo, ser libre es una decisión efímera y vulnerable, mientras que elegir ser obediente es una sentencia cuasi perpetua a un largo camino de opresión.

En Latinoamérica, los fracasos políticos de nuestras -aún incipientes- instituciones es el pan de cada día, y la historia nos ha demostrado, que por acción u omisión, nuestras sociedades aún son adictas a la obediencia y no a la libertad.

Las bases de un gobierno autoritario pocas veces pueden ser establecidas sin la anuencia inicial de la población. El gran reto para el gobernante se encuentra en conocer cuál es el precio de la obediencia, y de ello la historia argentina nos logra dar dos anecdóticos y trágicos ejemplos.

En 1835, el asesinato de Facundo Quiroga desató un clima de inestabilidad y violencia en Buenos Aires, que acudió a Juan Manuel de Rosas, para que volviera a gobernar la provincia. Este condicionó su regreso a la magistratura, planteando que aceptaría la misma si se le aseguraba la suma del poder público, es decir, ejercer la gobernación con poderes legislativos y judiciales plenipotenciarios, sin rendir cuentas a nadie. La sociedad aceptó, y no fue sino una coalición provincial quien echará a Rosas años después.

Poco más de un siglo después, un golpe de estado llevado a cabo el 24 de marzo de 1976, instauró un proceso de reorganización nacional que se cimentó sobre un acuerdo implícito entre gran parte de la sociedad argentina y la junta militar; obediencia e indiferencia, a cambio de orden y seguridad.

Así mismo podemos conseguir diferentes casos, en donde los ciudadanos prefirieron ser obedientes, antes que enfrentar los desafíos de la libertad, y en todo el final suele ser un proceso sangriento, trágico y traumático.

En América Latina, los populismos han encontrado un terreno sumamente rentable al ser la obediencia fácil de adquirir, mientras que la libertad está sumamente devaluada en nuestra cultura política.

En la actualidad, los populismos en vez de preguntarse si quieren ser temidos o amados, toman ambas cosas como etapas consecutivas. Buscan ser amados hasta tener tanto poder que no les importa hacer que quien haya cambiado de opinión, ahora tema decirlo.

En este proceso los ciudadanos pasan de ser cómplices silenciosos a victimas del miedo y la represión.

Ciertamente nada nos asegura que si nunca se hubiese llamado a Rosas la institucionalización argentina hubiera surgido en 1835, o si en 1976 la gente hubiese rechazado a la junta, los militares no hubieran obtenido el poder. En Venezuela, una derrota inicial de Chávez quizás no hubiese alejado a Venezuela del socialismo o una hipotética victoria de Batista sobre Castro no nos asegura que se fuese alejado al comunismo de América Latina.

En diversas ocasiones la libertad es la palabra clave dentro de las protestas contra los autoritarismos que han pisoteado a nuestros países en diversas ocasiones, pero la libertad sin acoger la responsabilidad que ella contrae, es una palabra hueca.

¿Libres para qué? Las causas contra las dictaduras en América Latina suelen ser épicas y numerosas, pero en muchas ocasiones no contemplan una concepción real de libertad, sino que reflejan la incomodidad con una obediencia que dejó de ser correspondida.

Tener una democracia sin concebir a la libertad como una institución ineludible a la hora de determinar la relación entre los gobernantes y los gobernados, genera un sistema donde solo se decide a quien ser obediente por un período determinado.

Lo cierto, es que nuestra región no ha concebido a la libertad como una necesidad, sino como un riesgo, y sigue, en gran medida, apostando por ser obediente, buscando quizás con más cuidado, al líder correcto para ello.

Fuente: Visión Liberal – José Manuel Rodríguez