Inicio Noticias Liberales OPINIÓN: Liberalismo y política, ¿una contradicción vital?

OPINIÓN: Liberalismo y política, ¿una contradicción vital?

543
0
Compartir

Lo que ofrece el candidato liberal es devolver la libertad usurpada a los ciudadanos y reformar las instituciones con el fin de que sirvan a la protección y respeto de aquellos derechos que no debemos a una concesión estatal, sino al carácter inviolable de la dignidad humana.

Dicen las malas lenguas que el liberalismo es intrínsecamente apolítico y que cualquier intento por darle vida deviene en una especie de Frankenstein del espacio público. Una de las partes del monstruo es su concepción política fundada en algo enteramente negativo: la no-injerencia del Estado en la vida de las personas. Pero ella no es lo monstruoso, sino su combinación con un Estado que, en la democracia moderna, entiende su quehacer al modo de un dios que fija y planifica los destinos de sus criaturas. Este nuevo ídolo, como lo llama Nietzsche, despliega su poder omnipotente para dar y quitar a su antojo, sin ningún tipo de explicaciones ni miramientos. Y es que, como es un dios, sus criterios de justicia son incuestionables, lo que no les salva de ser incoherentes.

Vemos su falta de coherencia cuando con uno de sus brazos quita a sus criaturas el fruto de sus esfuerzos para darlo a los pobres y necesitados, mientras con el otro otorga sendos privilegios a colectivos e individuos ‘no necesitados’. ¿Por qué lo hace? Porque ellos tienen el poder de capturar al ídolo por una de sus dos colas que son la paz social y la manutención de la élite política. Si el Estado pierde cualquiera de ellas se derrumba. Es esta fragilidad del nuevo ídolo la que explica que la gran mayoría de quienes le amenazan, reciban la bendición estatal. Ésta suele consistir en la entrega de alguno de los terruños desde los que se gozan privilegios costeados por los buenos y mansos ciudadanos.

Es con ese Estado que debe amigarse el político liberal y es por la contradicción que vemos entre esa amistad y sus principios respetuosos de la libertad y los derechos inalienables, que hablamos de él como una especie de Frankenstein de la política. Planteado en otros términos, el político liberal hace uso de la esfera pública para limitar su poder y acotar su injerencia en la vida de las personas.

El arte consiste en lograr que todos los miembros, cual ovejas de rebaño, repitan el mismo discurso, y, la magia, en que luego no puedan sobrevivir fuera del colectivo sin la dirección de sus carismáticos pastores.

La contradicción vital que hemos descrito explica parte importante de las dificultades que enfrentan los candidatos liberales a un cargo público, pues su propuesta política será siempre el resguardo de los espacios de libertad donde los actores puedan decidir sus preferencias, en lugar de golosos premios y prebendas. Una puede casi adivinar los alegres susurros de diversos parlamentarios comentando la ausencia de políticos liberales entre los elegidos. Uno de mis conventilleros favoritos es Carl Schmitt. Este jurista del régimen nazi ataca al liberalismo porque diluye al enemigo “convirtiéndolo en un competidor por el lado de los negocios y en oponente polemizador por el lado espiritual.” Lo que a Schmitt le molesta de un mundo liberal es la ausencia de diferenciación entre colectivos enemigos dispuestos, en última instancia, a aniquilarse entre sí. Evidentemente, es muy probable que muchos estén en desacuerdo con la forma en que Schmitt entiende la política, pero no cabe duda de que hay importantes sectores que deben su existencia casi exclusivamente a la exacerbación de los antagonismos y la creación de colectivos donde los individuos desaparecen como por arte de magia. El arte consiste en lograr que todos los miembros, cual ovejas de rebaño, repitan el mismo discurso, y, la magia, en que luego no puedan sobrevivir fuera del colectivo sin la dirección de sus carismáticos pastores.

Junto a los sectores schmitteanos, especialistas en manipular las heridas de la carne social a favor de sus intereses, conviven otros cuya praxis política hace honor a la incoherencia moral en que incurre el Estado que mete la mano en el bolsillo del ciudadano común para entregarle sus recursos a los ‘no pobres’ que lo tienen capturado. Nietzsche nos dice que estos idólatras se calientan al sol con las buenas consciencias, muerden con dientes robados y, mientras más riquezas adquieren, más pobres se vuelven. Este tipo de políticos promueve un ordenamiento socioeconómico en el que las personas terminan por convencerse de que “quien poco posee, tanto menos es poseído”. O sea que mientras más pobre se es, menor es la probabilidad de ser víctima del despojo arbitrario.

Sería bueno preguntar a algún político liberal cómo se les enfrenta a estos idólatras que “profitan” con la captura del Estado. Tenemos la oportunidad de hacerlo esta semana, pues viene a Chile José Luis Espert, candidato presidencial del Partido Libertario argentino. Él podrá ayudarnos a entender cómo se intenta persuadir a millones de votantes a favor de una reducción del empleo público, recorte de los programas sociales, reducción de las dádivas estatales y retiro de privilegios de los empresarios prebendarios. Éstos últimos son los que se benefician de las altas barreras arancelarias que tienen al país vecino sumido en la miseria que produce el modelo de Industrialización por Sustitución de Importaciones. Pero, además, la visita de Espert nos puede mostrar una versión distinta del político liberal.

El escenario no favorece al político liberal cuando la oferta de la contraparte es, como promete Cristina, la baja de tarifas eléctricas y de gas en un 50%, el aumento significativo de jubilación y asignaciones, control de cambios, mayores restricciones a las importaciones y un largo etcétera de irresponsable despilfarro que sólo traerá más miseria y padecimientos.

Bajo la nueva perspectiva renace aquella forma de hacer política en que se funda la legitimidad de la democracia. Algo de ella podemos adelantar tras una revisión de los cambios que propone el candidato libertario. En esencia, lo que ofrece es devolver la libertad usurpada a los ciudadanos y reformar las instituciones con el fin de que sirvan a la protección y respeto de aquellos derechos que no debemos a una concesión estatal, sino al carácter inviolable de la dignidad humana.

Es en la defensa de dichos derechos donde política y liberalismo conforman al sujeto que, podemos decir con Arendt, sirve a una esfera pública cuyo fin no es la distribución de privilegios a costa de las grandes mayorías. En esta nueva combinación el político liberal defiende la igual libertad de los ciudadanos, único criterio de justicia que no traspasa los costos de mantención y fortalecimiento del nuevo ídolo, al denodado esfuerzo de los individuos, empujando por la borda los destinos de los más pobres y necesitados.

Así las cosas, las opciones que hoy enfrentan los argentinos son tres. Reelegir al actual presidente que no pudo escapar a los capturadores del Estado. Volver atrás con la señora Kirchner, protagonista de una serie de escándalos de corrupción, cuyo fuero parlamentario (uno más de los privilegios de los idólatras) le salva de caer presa por encubrir el atentado al centro judío AMIA en 1994. Finalmente, los doce millones de trabajadores que sostienen al ídolo mientras éste devora a una sociedad que es cómplice de su propia aniquilación pueden optar por el cambio radical que Espert sueña para su país. Pero, siendo realistas, el escenario no favorece al político liberal cuando la oferta de la contraparte es, como promete Cristina, la baja de tarifas eléctricas y de gas en un 50%, el aumento significativo de jubilación y asignaciones, control de cambios, mayores restricciones a las importaciones y un largo etcétera de irresponsable despilfarro que sólo traerá más miseria y padecimientos.

Fuente: Vanessa Kaiser – El Líbero