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Liberalismo: Ideal de la libertad

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El liberalismo está compuesto por diversas escuelas. ¿Cuál es el contenido teórico de cada una de ellas?

El liberalismo no es una escuela política tan antigua como, por ejemplo, el republicanismo. Sin embargo, en el mundo contemporáneo ocupa un lugar predominante —curiosamente, no en Perú —. El término es más complejo de lo que parece. Incluye más de un enfoque que se proclama defensor de la libertad humana para asuntos sociales y políticos. Todos los liberalismos tendrían en común tal finalidad. Sin embargo, se debe reconocer la gran diversidad de teorías y autores que intentan hacer suya la mejor interpretación y promoción del ideal liberal. Revisemos algunas versiones.

—El factor religioso—
Si bien su núcleo central lo constituye la defensa de las libertades, conviene preguntarse cuáles. En su historia, se destaca el derecho a la libertad religiosa: vivir de acuerdo al credo que uno considera valioso. En Europa de los siglos XVI y XVII, las guerras de religión manifestaron un enfrentamiento cruento entre cristianos —católicos y protestantes— que pretendían imponer su verdad al resto. Al no avizorar un claro vencedor, los bandos tuvieron que resignarse: aceptar o tolerar al otro. En vez de acordar un único culto social, se sacralizó la libertad de cada grupo para profesar sus creencias. La fe quedaba relegada a lo privado; desaparecía de lo público. El Estado, encarnación de lo público, debía conservarse neutral frente a toda religión. Más adelante, el razonamiento se aplicó también a culturas, ideologías políticas, entre otros. Desarrollado por John Locke, este liberalismo clásico se relaciona íntimamente con la tolerancia.

Otro gran exponente fue John S. Mill. Su célebre texto, Sobre la libertad, la considera un don precioso que debe protegerse aun de la democracia —fuerza de muchos—. Mill creía que las sociedades modernas corren el riesgo de la tiranía de las mayorías. Hoy, diría él, se aprecia cómo la publicidad, la cultura, los mercados y otros imponen cómo pensar, vivir, vestir, etc. En suma, avasallan la libertad individual. ¡Hay que defenderla! ¡Dejarla ser! Su único límite es ella misma: termina donde comienza la libertad de otra persona. No debieran ser prohibidas ni reguladas las ideas y conductas, por más abominables o vanas que nos parezcan, que no menoscaban la libertad de otro. A esta fórmula la llamó ‘el principio del daño’.

Lo económico—
Un asunto clave para el liberalismo, desde sus inicios, fue la economía. Adam Smith atacó frontalmente el proteccionismo, pues coaccionaba la libertad de los comerciantes. El sistema tradicional, proteccionista y aristocrático, defendía el statu quo. Era tan injusto como ineficiente. Injusto, porque una clase que no se esforzaba imponía sus reglas e intereses por el simple hecho de poseer títulos nobiliarios. En cambio, el sistema burgués valora el esmero, el trabajo duro. A nadie se le puede prohibir que produzca lo que quiera y que venda a quien quiera. El libre mercado favorece la asociación espontánea en la que el destino —riqueza o pobreza— de cada uno solo depende de sí. Tu fortuna dependerá del buen uso de tu libertad.

Marx respaldaba a Smith en una cuestión de fondo: el capitalismo burgués es más productivo y moral que el proteccionismo feudal. No obstante, acusaría al liberalismo de ideológico. Con el discurso de los derechos del hombre, la promoción del libre mercado y otros instrumentos, se supone que se protege y promueve la libertad. En una sociedad de mercado, los pobres tienen derecho a comprar, nadie les impide o fuerza a trabajar. Pero ¿es realmente así? Si no tienen dinero, su autonomía de compra es pura ficción. Y un muerto de hambre tampoco es libre de negociar su salario. En cambio, el comunismo arreglaría la distribución de los recursos y promovería la verdadera libertad para todos.

La defensa de la libertad —¿el verdadero liberalismo?— no debería asociarse automáticamente a derechas o izquierdas. En América Latina, conocemos regímenes dictatoriales que han perseguido libertades básicas —expresión, pensamiento o asociación— en función de sus modelos e intereses económicos. Enemigos de la libertad existen en toda tienda política. Por eso el liberalismo político no debería igualarse al liberalismo económico. Ambos comparten el apellido liberal. Sin embargo, existen antagonismos irreconciliables entre algunas de sus versiones. Comparemos el liberalismo igualitario de John Rawls versus el libertarismo de Robert Nozick —cercano al hoy llamado neoliberalismo—. El último sostiene que cobrar impuestos para financiar servicios del Estado benefactor es obligar a que alguien trabaje extra ya no para cubrir sus necesidades, sino las de otro, o sea quitar al rico para dar al pobre. En cambio, Rawls sentenció que enarbolar públicamente la libertad como ideal supremo y no hacer nada para que los pobres realmente puedan elegir salir de su situación es “hablar por hablar”.

Fuente: El Comercio Por: Franklin Ibáñez