Por Andrés Guevara
Hace algunos días tuve oportunidad de leer un comentario según el cual en Venezuela una pléyade de individuos de distinta ralea andan difundiendo los ideales del liberalismo, con el objeto de crear un “hombre nuevo liberal” en sustitución del “hombre nuevo socialista” que preconizan quienes detentan el poder en nuestro país.
Ante este comentario, la pregunta es obvia: ¿realmente buscan las ideas liberales el establecimiento de un hombre nuevo? Desde esta humilde tribuna creemos que no. Nuestra defensa de la libertad tiene por objeto la defensa de la razón y, si se quiere, la posibilidad de que cada individuo, dotado de su propio accionar, pueda desarrollar su vida en la búsqueda de sus metas y aspiraciones. Se trata de la consecución de su felicidad.
Sería un contrasentido proponer la defensa de la libertad pretendiendo encajonar y circunscribir la conducta humana a una serie de paradigmas que obligatoriamente se tengan que seguir para que el hombre pueda considerarse libre. En este sentido, hay quien pudiera argumentar que si ello es así, por qué el liberalismo pone tanto énfasis en la defensa de la propiedad, el Estado de Derecho y el gobierno limitado como premisas fundamentales para la salvaguarda de la libertad. ¿Qué pasaría si, por ejemplo, un individuo o un conjunto de individuos deciden vivir libre y voluntariamente bajo una estructura de dominio y control de un gran Estado, ausencia de propiedad y un precario sistema jurídico? ¿No serían acaso libres de hacerlo?
La respuesta a esa pregunta es que incluso si un individuo decide vivir en un Estado como el descrito en el párrafo anterior, para poder tomar su decisión libremente, requerirá necesariamente de la propiedad sobre sí mismo y sus acciones para optar por la sumisión de su existencia. Por ello, pudiera afirmarse que la acción humana contiene dentro de sí una paradoja compleja: el propio ejercicio de la libertad puede acabar con ella.
En el día a día, sin embargo, el dilema filosófico expuesto se traduce en una premisa mucho más simple. ¿Pueden las ideas liberales cambiar el consenso socialdemócrata que parece amparar de manera más o menos hegemónica las “democracias liberales” del mundo occidental? A la luz de lo que vivimos, este paradigma evidencia a pasos acelerados signos de agotamiento, por lo que deben encontrarse remedios acordes a las circunstancias. Suficientes muestras ha dado la historia universal de lo que puede suceder cuando la ciudadanía claudica sus derechos y escucha los cantos de sirenas de los vendedores de quimeras articuladas en una ingeniería social irrealizable.
El caso venezolano es más preocupante aún, porque no goza siquiera del marco institucional y la funcionalidad que permite la subsistencia mínima de una democracia liberal. De allí que quienes defienden el pensamiento liberal sean vistos como una suerte de pastores pregonando un credo ajeno y desconocido. Quienes así actúan en pos de estas ideas no lo hacen con el objeto de adoctrinar. No se trata de modificar la lógica de otros seres humanos, sino de dotarla de un contenido distinto fundamentado en la racionalidad, sin que medie la coacción.
Al ser un proceso introspectivo, creemos que las ideas liberales difícilmente se impondrán por la fuerza. Al contrario, sus premisas florecerán en la medida que exista un consenso y un convencimiento genuino de todo aquel que decida abrazar su contenido. Nada más alejado de ello que la visión del “hombre nuevo socialista” hecho bajo el fragor de la fuerza y la coacción. El hombre libre, en cambio, es mucho más sencillo. Reconoce su propia imperfección, limitación y falibilidad, al tiempo que aprovecha sus aciertos y dones para el desarrollo y el progreso de la sociedad.
Fuente: El Nacional