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El liberalismo que la lleva

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Por Agustín Squella

Con Nicolás Grau e Ignacio Briones participamos en el CEP en una jornada sobre «Liberalismo(s)», así, en plural, puesto que eso es lo que hay, aunque cada uno de ellos queriendo presentarse como el único o el verdadero liberalismo.

El liberalismo es un tronco del que han arrancado varias ramas o, si se prefiere, una raíz que dio origen a varios troncos. Este segundo fenómeno se produce cuando de una misma raíz surgen bajo tierra distintos brotes basales -dos, tres, cuatro, cinco- que dan origen a un igual número de troncos. El fenómeno, común en el eucalipto, lo observé días atrás en un viejo maqui de la Quinta Rioja de Viña del Mar: nada menos que ocho troncos. Por mi parte, prefiero ver al liberalismo como una raíz que dio origen a varios troncos, que como un solo tronco del que arrancan distintas ramas.

Lo más interesante es identificar cuál es la raíz del liberalismo, o sea, cuál es el núcleo básico de planteamientos de esta doctrina que comparten todos los liberalismos, cualesquiera que sean sus diferencias. Pues bien: vista como doctrina, como conjunto de ideas acerca del mejor tipo de sociedad que podríamos alcanzar, el liberalismo muestra un aspecto político (limitación de los poderes del Estado en derechos de las personas), uno ético (autonomía de los individuos para establecer cada cual su idea de lo que es una vida buena y los caminos para realizarla), y uno económico (libertad de emprender actividades económicas en beneficio de quien las acomete, con la idea de que la propiedad pertenece a la categoría de los derechos fundamentales de las personas).

De esa raíz común han salido varios troncos, todos liberales, pero el que predomina hoy no es el liberalismo clásico de Adam Smith, ni el liberalismo social de John Stuart Mill, ni el liberalismo con tintes socialdemócratas de John Maynard Keynes, ni el liberalismo igualitario de Ronald Dworkin y John Rawls, ni el liberalismo republicano de Jurgen Habermas, ni el liberalismo como modus vivendi de John Gray, y menos aún el liberal socialismo de Norberto Bobbio. Lo que predomina, con gran éxito doctrinario y encarnación en muchísimos gobiernos, es el neoliberalismo, palabra esta que empleo descriptivamente y no en el sentido negativo con el que acostumbra usársela para reprobar todo aquello que nos desagrada de las sociedades de nuestros días.

El neoliberalismo, que pone el acento en el aspecto económico de la doctrina liberal, llevándolo a extremos, tiene su antecedente en el famoso Coloquio Lippmann realizado en París el año 1938, se consolidó luego en Suiza, en 1947, con la fundación de la Sociedad Mont Pelerin; tiene pensadores muy influyentes en sus filas, como Von Mises, Hayek, Friedman y Gary Becker; ha creado aquí y allá fundaciones para la difusión de sus ideas, y ha tenido expresión en variados gobiernos que incluyen, sin lugar a dudas, a Margaret Thatcher, Ronald Reagan y la dictadura militar chilena. Otros gobiernos, como los de Bill Clinton, Tony Blair y la propia Concertación de Partidos por la Democracia, aplicaron también algunos criterios neoliberales, si bien suavizados por importantes políticas sociales.

Lo extraño es que los propios neoliberales nieguen la existencia del neoliberalismo e interpreten esta palabra solo como un arma arrojadiza con la que se buscaría desprestigiar a las ideas liberales en general. Tal vez ellos creen que su liberalismo es el único o el verdadero, y es por eso que se oponen a que se lo identifique anteponiendo el prefijo «neo». Pero el neoliberalismo no solo existe, sino que la lleva. Los demás troncos de la doctrina liberal observan con preocupación cómo el tronco neoliberal se ha engrosado, crecido y expandido, mientras sus hermanos parecen cada vez más debilitados por falta de nutrientes.

Más allá de que reduzca nuestra especie a «homo economicus», que de la conveniente privatización de la economía pase a una inconveniente privatización del Estado y hasta a una criminalización de este cuando no se ha privatizado lo suficiente, y que no vacile en transitar desde una economía de mercado a una sociedad de mercado y hasta a una vida de mercado, habría que caracterizar al neoliberalismo con más detalle, pero no hay ya espacio aquí para ello.

Pero que la lleva, la lleva, aunque eso nos duela a otros liberales que hemos optado por plantarle cara y no dejarnos llevar por la corriente.

 

Fuente: El Mercurio