Si el bacheletismo, en cambio, sigue apostando al rearme de lo que fueron en lugar de al completo desarme y rearticulación de un nuevo polo progresista con liderazgos frescos, entonces ya dijo su última palabra.
La expresidenta se reunió con sus exministros y la señal que interpretaron los medios fue que el bacheletismo se estaba “rearmando”, con el propósito de “defender su legado” de los embates del gobierno de Sebastián Piñera. Aunque la propia Michelle Bachelet ha descartado competir por un tercer período, más de alguno quiso leer en este rearme una declaración de voluntad: si hay que pelear por los valores del progresismo, Bachelet sigue disponible. Aunque este año no la acompañaron las cifras tropicales de aprobación que exhibió al finalizar su primer cuatrienio, la exmandataria sigue siendo probablemente la figura que más adhesiones concita en la otrora gran familia concertacionista. Desde que se subió a un tanque hace dieciséis años, ha sido la figura más importante del mundo de la centroizquierda chilena, prácticamente sin competencia. Hoy no parece ser distinto.
La tentación del bacheletismo es que sea ella quien tenga la última palabra en este tango del poder que desde el 2005 baila con Piñera. Que el ciclo se cierre por el lado izquierdo. Para que no queden cabos sueltos ni reformas a medio andar. Para que el conservadurismo chileno no tire por la borda los esfuerzos del socialismo. Porque el que ríe último, ríe mejor. Si Bachelet llegara a conquistar un tercer período, sería entonces el piñerismo el interesado en estirar el ciclo. A Piñera sí que le quita el sueño quedarse con la última palabra.
Aunque se miren como archirrivales -desde que dejó a Lavín en el camino, Piñera también ha sido la figura excluyente de su sector- lo cierto es que este tango ha sido bueno para los chilenos. Los libros de historia serán benevolentes con la era Caburga. En una caricatura, la dinámica ha sido la siguiente: mientras Bachelet incrementa las expectativas sociales y aumenta el gasto público correspondiente, Piñera revisa la cuenta, impugna un par de detalles, pero finalmente no le queda más remedio que pagarla. A fin de cuentas, es Piñera quien llegó al restorán haciendo alarde de su capacidad de abultar la billetera. Es decir, ella corre las fronteras de lo posible y a él le toca hacerlo posible, como si se tratase de una involuntaria interacción simbiótica.
Pero también existe la posibilidad de que a Bachelet no llegue al 2021. Ya sea porque definitivamente no quiere -después de Caval, ¿quién puede culparla? – o porque el Frente Amplio creció lo suficiente como para reclamar la primera opción en la izquierda, lo que queda de la coalición antes conocida como Nueva Mayoría tiene que pensar en alternativas. No puede repetir los errores que cometió hace ocho años, cuando se vio por primera vez fuera de La Moneda desde el retorno de la democracia. La entonces Concertación se durmió en los laureles sabiendo que la reina madre invernaba con su popularidad intacta en Nueva York. En paralelo, dejó que la calle le amargara la vida al primer gobierno de Piñera, permitiendo que el movimiento social le arrebatara el protagonismo político. El resto de la historia es conocida: las movilizaciones del 2011 marcaron un hito que le dio sentido de pertenencia política a toda una generación, difuminando así el hito de 1988 que proporcionaba el combustible identitario esencial del mundo concertacionista.
La pregunta es si acaso esta vez descansarán en la esperanza que Bachelet regrese a solucionar sus problemas, o buscarán los medios para generar liderazgos atractivos y capaces de disputar con el frenteamplismo cuyas acciones se cotizan al alza. Una reciente encuesta muestra que las dos coaliciones con mayor adhesión son justamente Chile Vamos (21%) y el Frente Amplio (19%), seguidos por el nuevo movimiento de José Antonio Kast (10%). La ex Nueva Mayoría no llega a los dos dígitos. Para qué hablar de presidenciables: no tienen a nadie en la lista de los primeros cinco.
En este cuadro tiene responsabilidad la propia Bachelet. Salvo contadas excepciones -como Paula Narváez y Marcelo Mena- y algunos proyectos fallidos -como Rodrigo Peñailillo y Alberto Arenas-, su estilo no se distinguió por darle tiraje a la chimenea y promover nuevos liderazgos. Después de su primer mandato las alternativas se redujeron a Lagos, Insulza o Frei. Después del segundo, a Lagos o Guillier. El legendario canciller alemán Helmut Kohl aleccionaba sobre la importancia de los delfines en política. Pero ninguno de los mencionados puede ser considerado delfín de Bachelet. Piñera no tuvo la necesidad de producir delfines en 2013: su generación todavía estaba ganosa y dispuesta a pelear una última batalla. Estaban a la cola algunos coroneles de la UDI y miembros de la noventera patrulla juvenil de RN. El escenario será distinto en 2021. Piñera entiende que probablemente no haya una tercera administración y que por tanto se queda indirectamente con la última palabra pariendo un sucesor, entregándole la banda presidencial a una figura que se haya ganado los galones colaborando con su gobierno.
Si el bacheletismo, en cambio, sigue apostando al rearme de lo que fueron en lugar de al completo desarme y rearticulación de un nuevo polo progresista con liderazgos frescos, entonces ya dijo su última palabra.
Fuente: The Clinic