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No hace Falta Rodaje

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Si Sebastián Piñera fuera un vehículo, podríamos decir que no necesita rodaje. Hace ocho años, cuando llegó por primera vez a La Moneda, las piezas de su equipo necesitaron de tiempo para ajustarse. Después de dos décadas ininterrumpidas de Concertación -la coalición de centroizquierda que derrotó a Pinochet y se instaló en el poder desde 1990 a 2010-, la derecha debutaba con dificultad en el arte de gobernar. La gran mayoría de su elenco era inexperto. Esta vez, en cambio, Piñera conformó un equipo que conoce el terreno y entiende el partido que le toca disputar.

De hecho, repite a seis de sus ministros. El gabinete político es prácticamente el mismo que lo acompañó hasta el último día de su primer gobierno. Piñera regresa a conducir Chile como el profesor que tuvo que ausentarse y cuando vuelve pregunta a la clase: ¿en qué habíamos quedado? Desde la izquierda se decía que su primer mandato fue un paréntesis en la era bacheletista. Piñera quiere transmitir que la verdadera anomalía fue Bachelet II. En paralelo, inaugura una auténtica carrera funcionaria en la derecha. En su primera administración, muchos jóvenes se incorporaron a las labores de estado. Se decía que estaban haciendo turismo político. Pero ya no están turisteando. Esos jóvenes -que entonces tuvieron cargos menores- retornan ahora con mayores responsabilidades.

En la dimensión ideológica, Piñera parte con una formación agresiva. Esta es una derecha sin complejos. Aunque le será difícil desbaratar las reformas emblemáticas de Michelle Bachelet -en parte, ganó prometiendo que no lo haría- el perfil de sus ministros es llamativo. Se equivocaron los que creyeron que Piñera seleccionaría un plantel que reflejara mejor la diversidad cultural de los chilenos. Se equivocaron los que pensaron que Piñera optaría por nombres moderados en las carteras más controvertidas. Por el contrario, su primera línea es socialmente homogénea y políticamente dura. Piñera dice que quiere emular al difunto Patricio Aylwin, reeditar la democracia de los acuerdos y hace continuas gárgaras con la unidad nacional. Pero sus nombramientos dicen otra cosa.

No es una apuesta irracional. Piñera mira el tablero y observa que al frente tiene una oposición fragmentada y obligada a reinventarse. No hay mejor momento para contragolpear que cuando el rival está mal parado en la cancha. También apuesta a que los movimientos sociales -que le provocaron úlceras en su primer período- no volverán a inundar la calle con la misma intensidad y efervescencia. A fin de cuentas, las demandas más importantes de mundo estudiantil ya están siendo procesadas por el sistema político de una u otra forma. Las prioridades serán otras: salud, delincuencia, pensiones, migración.

Todo eso se resuelve, en la mente del piñerismo, activando los engranajes de la economía. A los gobiernos de izquierda se los evalúa por su capacidad redistributiva, a los gobiernos de derecha por su aptitud para crecer y generar empleo. En eso, el nuevo presidente no se confunde. Piñera palidece frente al liderazgo de Bachelet en muchas variables. Pero aquí no. La narrativa oficial es que Chile dejó de crecer y que Piñera viene a recuperar el tiempo perdido. Es, curiosamente, un relato compatible con el del gobierno que se va. El discurso de los derechos sociales que ha promovido con relativo éxito la izquierda chilena en los últimos años no tiene correlato práctico si no puede financiarse. Los chilenos eligieron a Piñera porque intuyen que su fuerte es abultar la billetera. A eso se dedicará desde el primer día. Y sin rodaje.

Por Cristobal Bellolio

Link: https://www.lanacion.com.ar/2116165-El