El pesimismo nos está agobiando. Porque crece el número de magistrados y de congresistas corruptos, porque la mayor cantidad de cultivos ilícitos ha incrementado la drogadicción y ha fortalecido el poder de los narcotraficantes. Porque no se calman las calumnias ni las falsedades contra el acuerdo de paz. Para completar, en estas vísperas electorales y en un gobierno con el sol a la espalda, algunos colaboradores ya no dan la talla y otros cogieron camino para acomodarse donde el sol más alumbre. A pesar de que todas estas realidades invitan a que los ciudadanos no crean en nada ni en nadie, yo, optimista por naturaleza, creo que no se puede perder la esperanza. Y razones hay que me sirven para alimentar mi optimismo.
En primer lugar, el triunfo de Humberto de la Calle como candidato del Partido Liberal (PL) a la presidencia de la República le da un espaldarazo al partido y le conviene al país. Porque tiene una personalidad conciliadora e incluyente, porque su trayectoria política es importante, porque ha prestado invaluables servicios en favor de la paz, De la Calle es un ciudadano de primera categoría cuya presencia en la política activa honra al Partido Liberal y al país. Además, ha ofrecido hacer una campaña sin odios, sin ataques, sin rencores, que busca la justicia y la paz y que Colombia deje de ser, después de Haití, el país más inequitativo de este planeta.
De la Calle es un candidato de primera. Y aunque el ambiente electoral está muy confuso por la gran cantidad de candidatos que piden pista, es evidente que su nombre contará mucho en futuras alianzas que, por fuerza, tendrán que hacer los diferentes candidatos, porque todos están conscientes de que ninguno podrá imponerse por sí solo en las elecciones de mayo y de que las alianzas serán indispensables para poder elegir en segunda vuelta al nuevo presidente.
Además, con De la Calle existe la seguridad de que sacará adelante el inmenso programa agropecuario, elaborado como parte del acuerdo de paz, programa que siempre han pospuesto muy poderosos terratenientes, muchos de ellos cómodamente instalados en el Congreso de la República.
Por todas estas razones me llamó la atención que entre unos partidarios de J. F. Cristo, que vetaron la victoria de De la Calle, estuviera el senador Juan Manuel Galán. Es cierto que él renunció a su aspiración presidencial porque César Gaviria, director del PL, no aceptó su propuesta: hacer la elección liberal en marzo, y por eso su molestia podría ser explicable. Pero es inexplicable su apoyo al samperismo encarnado en J. F. Cristo. Pues él no puede olvidar que Cristo, antes de ser eficiente ministro del gobierno Santos, fue jefe de prensa y embajador en Grecia del gobierno Samper, el gobierno del proceso 8.000. Y que desde entonces, es decir, desde hace 23 años, el PL ha estado en el ostracismo, pagando la vergüenza de que su candidato Ernesto Samper Pizano hubiera sido presidente de la República con ayuda del dinero que aportaron a su campaña los Rodríguez Orejuela, dos poderosos capos de la mafia.
El apellido Galán tiene un hondo significado nacional, y los herederos del inolvidable mártir Luis Carlos Galán deben seguir honrándolo, como lo han hecho. Pero, arrollados por las negras aguas de la política actual, estos brillantes herederos de Galán comienzan a chapalear; uno en el samperismo, de ingrata recordación, y el otro en Cambio Radical, partido que, luego de avalar a personas que terminaron entre rejas, ha borrado con el codo decisiones que firmó con la mano.
Y, hablando de optimismo, otro motivo es la revolución de la infraestructura. En 7 años, con una inversión de 88 billones de pesos, se han construido kilómetros de carreteras, aeropuertos, puertos, túneles y algo en vía férrea. Y hay muchas más realizaciones que el Gobierno no ha sabido comunicar. En todo caso, es mejor que no nos agobie el pesimismo.