La matrícula de educación superior en Chile supera los 1.150.000 estudiantes, mientras que hace sólo 30 años bordeaba los 200.000. Hoy, aproximadamente uno de cada dos jóvenes pasa por la educación superior, una tasa más alta que el promedio de la OCDE y por encima de países como Finlandia, Suecia, Reino Unido o Alemania (Education at a Glance 2016). Si nos lo hubieran dicho hace algunas décadas, probablemente no lo hubiésemos creído.
Los procesos de masificación de la educación superior en general van acompañados de una serie de problemas, de los que Chile no ha estado exento: gran heterogeneidad, dudas sobre la calidad de algunos programas, alta deserción y desajuste de expectativas de los jóvenes, entre otros. En nuestro caso, además, tenemos inflación de aranceles, una carga financiera fuerte para las familias y un problema de sobreendeudamiento. Todos estos problemas son importantes de los que debiéramos hacernos cargo.
Sin embargo, a menudo se oyen voces que critican la masividad de nuestro sistema de educación superior, con independencia de estos problemas. Por una parte, algunas de estas críticas apuntan a que ‘la universidad no debiera ser para todos’, sino sólo para la gente que ‘realmente’ tiene capacidades y motivación académica (entre los que, por supuesto, estos críticos se incluyen). El modelo detrás de estas opiniones es el de la universidad reservada para una élite, donde se estudia en profundidad todo tipo de materias, incluyendo lenguas muertas, sin importar mucho cuánto éstas sirvan para el mundo del trabajo y la vida práctica. En una sociedad desigual como la nuestra y con fuertes déficits en el sistema escolar, un modelo como éste significaría que las universidades estarían casi reservadas a jóvenes de familias más acomodadas (basta con mirar la composición socioeconómica de nuestras mejores universidades). Además, ¿por qué prohibir la universidad a cientos de miles de jóvenes que ven en ella una posibilidad de movilidad social a través de una formación más bien profesional?
Una segunda línea de críticas es escéptica de la capacidad del mercado laboral de absorber un incremento tan grande de trabajadores con educación superior. A modo de ejemplo, el libro Desiguales, publicado recientemente por el PNUD, plantea que “Un factor crítico (…) será la capacidad que tenga la economía de proveer los empleos esperados por la cantidad de estudiantes que hoy está en la educación superior: más de un millón de jóvenes. Hay un riesgo importante de que ello no ocurra, ya que el número de estos estudiantes ha crecido a tasas mucho mayores que la economía en los últimos diez o quince años” (315). Es principalmente de esta crítica de lo que quiero hacerme cargo en esta ocasión.
Para partir, es importante notar que, pese a que el sistema duplicó su tamaño tan solo desde 2005, el mercado ha sido perfectamente capaz de incorporar a esta gran masa de trabajadores de nivel superior. De hecho, la tasa de desempleo de los jóvenes entre 25 y 34 años con educación superior completa profesional y técnica está en torno al 7,5 por ciento, mientras que la de los jóvenes con educación media completa es de 9,7 por ciento, o sea, dos puntos más (Casen 2015). Es más, el desempleo de los jóvenes con educación superior no pareciera ser un problema en el resto del mundo, como muestra el Gráfico 1. De hecho, en general el desempleo es mayor entre los jóvenes sin formación superior o bien las tasas son muy parecidas (la excepción es Arabia Saudita, país peculiar).
Gráfico 1
Por último, si evaluamos la relación entre la cobertura de la educación superior en los jóvenes y la tasa de desempleo en este mismo grupo, para todos los países que la OCDE reporta datos, vemos que, si algo, la relación es negativa, como nos muestra el Gráfico 2. En suma, el desempleo entre los jóvenes con educación superior no pareciera ser una consecuencia de los sistemas de educación superior extendidos. Y la razón de ello es que el mercado del trabajo se ajusta, principalmente vía “precios”.
Gráfico 2
En efecto, pensando en un modelo básico de oferta y demanda, si aumenta fuertemente la cantidad de jóvenes con formación superior, es de esperar que su salario relativo se reduzca, tal como ha sido el caso en Chile en los últimos años (por ejemplo, Sapelli 2016). El Gráfico 3 muestra la relación entre el incremento de cobertura entre la cohorte de 25-34 años y la de 55-64 (eje horizontal) y la caída en el premio a la educación superior, medido como el salario promedio de un egresado de la educación superior respecto de uno de la educación media (ed. Media==100; eje vertical). Lo que se observa es que, tal como la teoría económica sugiere, pareciera haber una relación negativa, es decir, en los países donde más ha crecido la cobertura de la educación superior entre estas dos cohortes, más ha caído el premio a este nivel educativo. Así, es razonable esperar que tras los recientes avances en masificación en Chile, el retorno de la educación superior siga cayendo.
Gráfico 3
Sin lugar a dudas, la caída del retorno es algo negativo desde el punto de vista de los afortunados que adquieren un título de educación superior. Ello también hace necesario un ajuste de las expectativas de los estudiantes prospectivos. Pero, ¿es la caída del retorno a la educación superior algo negativo desde el punto de vista de la sociedad? En mi opinión, no. Las sociedades con retornos muy altos a la educación superior son sociedades donde el capital humano elevado es relativamente escaso, lo que suele estar asociado a una distribución desigual del ingreso, puesto que un grupo acotado recibe un gran premio por su nivel educativo. De hecho, como se observa en el Gráfico 4, los países que tienen mayores premios a la educación superior (medidos como ingresos relativos respecto de los con educación media, ed. Media=100) tienden a tener mayores niveles de desigualdad, medidos a través del índice de Gini. Chile destaca tanto por su alto premio a la educación superior, como por su elevada desigualdad en la distribución del ingreso.
Gráfico 4
En suma, es de esperar que la masificación de la educación superior en Chile implique una caída al retorno de ésta, lo que posiblemente contribuirá a mejorar nuestra desigual distribución del ingreso. Como muestra el Gráfico 5, el premio a la educación superior en nuestro país sigue siendo sumamente elevado, cosa que aún se mantiene cuando miramos sólo a las cohortes más jóvenes (ver Education at a Glance). Así, tenemos un buen espacio para que el retorno a la educación superior caiga a niveles más próximos a los de países desarrollados y con mejor distribución del ingreso, como los que se encuentran hacia el ala izquierda de este gráfico.
Gráfico 5
Por supuesto, las políticas públicas debieran apuntar a que el retorno neto de la educación superior se mantenga positivo, para lo que es fundamental hacernos cargo de la heterogeneidad propia de un sistema masivo y, en especial, de aquellos programas educativos que se ubican en la cola inferior en resultados laborales. Para ello es necesario fortalecer el sistema de aseguramiento de la calidad y establecer, mediante el sistema de financiamiento, mecanismos que aseguren un mínimo retorno a la educación superior (aquí una idea y aquí otra, por ejemplo).
Pero para concluir: no, no son demasiados jóvenes en la educación superior. La masificación a niveles por sobre los promedios de la OCDE abre una posibilidad de movilidad social para cientos de miles de jóvenes y probablemente nos ayude a hacernos un poco menos desiguales.
Por Loreto Cox
Fuente: http://lasituacion.cl/2017/08/18/demasiados-jovenes-en-la-educacion-superior/