uventud y modernidad. Kennedy fue el presidente más joven que se había elegido en los Estados Unidos y el primero nacido en el siglo XX. Y lo respiraba, lo proyectaba y lo impulsó a través de un medio emergente, la televisión, donde supo sacar partido de su imagen atractiva, fresca, confortable y cuidada, para imponerse a un Richard Nixon que en cuanto a imagen generaba un claro ‘sex-reppeal’. JFK era, sobre todo en eso, el polo opuesto. Y aún hoy lo imitan.
En la película ‘Nixon’, de Oliver Stone, un magnífico Anthony Hopkins metido en la piel del presidente del ‘caso Watergate’, deambula en un momento dado por la Casa Blanca, de noche y atribulado por un escándalo de escuchas ilegales que ya ve que le costará el cargo. Se detiene ante el retrato presidencial de John Fitzgerald Kennedy, ese en el que el demócrata cruza los brazos y mira sus pies. Nixon parece que esté ahí hablándole como si lo tuviera realmente en frente, y dice: «Cuando la gente te veía a ti, veía lo que quería ser. Cuando me ve a mí, ve lo que es». Lo que sigue no lo dice pero es obvio que la segunda frase acababa elípticamente con un «y no le gusta». Porque el liderazgo político también tiene un importante componente aspiracional, de aceptación de una autoridad y de unos atributos que reconocemos (o queremos hacerlo) muy especialmente por la vista. De ahí que, en imitación a Kennedy, muchos líderes, también en la actualidad, cuiden tanto el factor imagen, replicando bastante un modelo que JFK elevó a la categoría de look mítico y de referencia.
IMPECABLE AUNQUE INFORMAL
El francés Emmanuel Macron, el canadiense Justin Trudeau o el español Albert Rivera son (o buscan ser) eso. Barack Obama lo fue clarísimamente, siempre impecable, hasta cuando iba informal, con un corte de cabello claramente identificable, con unos trajes a medida elegantes y con unas combinaciones de color en su vestimenta que dan bien en pantalla. Como en el mítico debate que JFK ganó a Nixon, con unos tonos azules en traje, corbata y camisa, que con el blanco y negro de la pantalla llegaban más armónicamente al espectador. Mucho más, sin duda, que el gris y blanco de su adversario, que en parte deslumbraba y en parte se confundía con el fondo del plató.
Aristóteles situaba tres patas en la base de la retórica: ethos, pathos y logos. Y ya identificaba el ethos (el carácter de quien comunica) como un factor tan importante para persuadir como lo son el propio mensaje y las características del público receptor. Por eso, a día de hoy, en una sociedad hipermediática, rendida a la imagen, el énfasis está en el candidato como principal factor de decisión del votante. Y de hecho, en gran medida a partir de la era Kennedy, la política se convierte más en el arte de comunicar el mensaje del candidato directamente al votante, sin el filtro de la organización del partido. Así lo dejó dicho Joe Napolitan, uno de los consultores y asesores políticos de referencia durante décadas en EEUU. «El candidato es el mensaje», resumen hoy los ‘spin doctors’ estadounidenses. Y el resto lo replica.
PERSONALIDAD FRENTE A IDEAS
Es aquella figura del «yerno perfecto» que Macron,Trudeau o Rivera buscan replicar, con mayor o menor éxito, con mayor o menor verdad. Y es que la baja lealtad partidista hace años que lleva a la gente a decidir su voto, en buena parte, en función del candidato. Y los partidos se adaptan a ello, porque les es más fácil comunicar información a través de la proyección de personalidades que a través de ideas complejas. Y sí, evidentemente, una imagen que puede ser elaborada estratégicamente.
Macron y su traje azul oscuro, con camisa azul claro a conjunto con sus ojos.Trudeau y su look fresco pero de traje la mayor parte del tiempo. Rivera y sus corbatas estrechas con traje de corte moderno (por cierto con un punto muy de los 50-60 del siglo pasado). El líder de Ciudadanos hasta se ha hecho fotos que imitan el mítico (y singular) retrato presidencial del norteamericano. La foto, siempre tan importante. Como lo fue para construir el mito de Camelot kennediano. Como lo fue en la etapa de Obama en la Casa Blanca, con el fotógrafo Pete Souza ahí buscando replicar estampas que respiraran aquel glamur.